
Para interpretar psicoanalíticamente un film
—esto es: encontrar un segundo sentido utilizando
para ello los esclarecimientos que nos brinda el psicoanálisis—
podemos seguir distintos caminos. Podemos, por ejemplo,
suponer que la historia que el film narra pudo suceder
en la realidad; es decir, tomar a los personajes por
personas “reales”. A partir de allí
podemos utilizar el psicoanálisis para comprender
las motivaciones inconcientes que llevan a cada personaje
—en función de su particular carácter—
a hacer lo que hace y sentir lo que siente.
Otro camino posible es tomar el film entero como si
fuera, por ejemplo, un sueño; un sueño
soñado por el director o por el autor. Para el
psicoanálisis, todo sueño, tenga o no
un sentido claro en la forma en que lo soñamos,
posee siempre un segundo sentido oculto. Este segundo
sentido se origina en deseos o fantasías inconcientes
que, en mayor o menor medida, todos compartimos. Siguiendo,
entonces, las leyes que el psicoanálisis descubre
para la formación de sueños, tomaremos
cada elemento del film no como un suceso “real”
sino como un símbolo que alude a otra cosa.
Comencemos, pues, con la tarea de descifrar los distintos
símbolos de esta historia. El título del
film es “Toy Story”, es decir, historia
de juguetes o sobre juguetes. Dado que no solemos atribuir
vida anímica a los juguetes, tenemos derecho
a suponer que se oculta allí un símbolo;
algo que no existe aludirá a algo que sí
existe. Pues bien, dado que los juguetes son los instrumentos
con los que juegan los niños, podemos suponer
que, al modo de una hipálage, se atribuye al
objeto las cualidades del sujeto; como cuando retóricamente
decimos “las valerosas espadas” o “las
estudiosas lámparas”. Así tendríamos,
entonces, una historia sobre niños o también
—no es necesario ser exactos— una historia
con la que juegan los niños; en todo caso, una
historia del período infantil de la vida.
Apoya, a mi entender, esta interpretación el
hecho de que la película, centrada en la aventura
que viven los juguetes, comience con Andy jugando con
sus juguetes inertes.
El juego de Andy consiste en un robo al banco, donde
el propio Andy, como todo niño que juega, hace
las voces de los distintos personajes. El Señor
Cara-de-Papa con su arma atemoriza a la población
de juguetes. “Vacía la caja fuerte”,
ordena, refiriéndose al vientre de Hamm, el chanchito-alcancía.
“Mucho dinero”, dice extasiado y besa las
monedas. Betty se atreve a increparlo: “¡Basta
malvada Papa!”; “Silencio, Betty”
responde Cara-de-Papa y amenaza a las ovejas de Betty,
quien, desesperada, dice: “Oh, no, mis oveja.
Que alguien me ayude”. Aparece Woody, el alguacil,
y Cara-de-Papa termina preso en la cuna de Molly, la
pequeña hermana de Andy. Finalizado el juego,
Andy toma a Woody y le dice “fuiste el héroe
de nuevo” y tirando de la cuerda que acciona la
voz de Woody le hace responder “eres mi alguacil
preferido”. Recién entonces aparece el
título del film al que ya nos referimos, seguido
de la presentación de los créditos.
Mientras la música nos habla de la eterna fidelidad
de la amistad entre seres pequeños, Andy aporrea
a Woody en una inconfundible manifestación de
intenso amor ambivalente. Nos enteramos también,
a través del diálogo de Andy con su madre,
de que ese mismo día festejan el cumpleaños
de Andy y que pronto se mudarán. Andy regresa
a su habitación a buscar a su hermanita; deja
a Woody y se retira.
En este punto, lejos de la mirada de cualquier ser humano,
comienza la “historia de juguetes”. Para
los juguetes, como ellos mismos lo explican, el cumpleaños,
con la llegada de numerosos regalos nuevos, implica
la amenaza de acabar en la basura.
Woody, desde su lugar de juguete preferido, proyecta
el temor sobre sus compañeros. No sabe cómo
dar la mala noticia de que el cumpleaños se ha
adelantado por la mudanza e intenta dar algunos rodeos.
Sin embargo, estos rodeos no consiguen apartarse del
tema del miedo al abandono.
Primero habla de la necesidad de buscar un compañero
de mudanza para no quedar olvidado; como veremos, el
tema del compañero ganará significatividad
más adelante. El otro tema también contiene
el germen del miedo al abandono: el desgaste del plástico.
Finalmente, la noticia del cumpleaños, sumada
a la llegada de los niños invitados, desencadena
el pánico de los juguetes. Poco después...
la peor pesadilla de Woody se convierte en realidad.
Pero detengámonos aquí. Una complicación
nos ha salido al paso. En el film que nos proponemos
interpretar, existen, más o menos diferenciados,
dos distintos niveles de realidad (o ficción):
El primero, menos desarrollado en el film, sirve como
marco al segundo; es el nivel en que Andy juega con
sus juguetes, es decir, el nivel de los niños;
el otro, el más desarrollado, está constituido
por la aventura que “viven” los propios
juguetes, es decir, el nivel de los juguetes.
Nos habíamos propuesto interpretar la película
como si fuera un sueño del autor, es decir, no
tomar a Woody y a Buzz como personas reales sino como
los personajes de un sueño, pero ¿qué
haremos con Andy? Tal vez, lo más adecuado sea
hacer una mezcla de los dos caminos antes mencionados.
Por un lado, asumiremos que Andy es un personaje de
ficción creado por el autor a los fines de expresar
simbólicamente determinadas fantasías
que habremos de descubrir. Por el otro, asumiremos que
Andy, como si fuera un niño “real”,
crea (sueña o fantasea) la aventura que viven
sus juguetes como un modo de expresar sus fantasías.
Hecha esta aclaración, ahora podemos proseguir
nuestra tarea de interpretar símbolos.
Habíamos asumido la premisa de que la “historia
de juguetes” simboliza y oculta otra historia;
la historia del niño que juega con esos juguetes.
Con los elementos que hasta ahora tenemos, tratemos
de corroborar nuestra premisa.
El psicoanálisis nos ha enseñado que el
juego es uno de los medios privilegiados con que los
niños elaboran las vivencias que les resultan
traumáticas. El juego, como los sueños,
representa simbólicamente la realidad del niño.
Por lo tanto, si queremos comprender el juego de Andy,
veamos primero cuáles son las vivencias en las
que está inmerso.
Andy es un simpático niño de unos 5 ó
6 años; dulce y cariñoso, comparte su
habitación con su hermanita Molly, de unos 8
ó 9 meses. Probablemente esta circunstancia motiva
la próxima mudanza, la cual, a su vez, obliga
a adelantar una semana el cumpleaños de Andy.
Podemos suponer, entonces, que así como Andy
se ve obligado a compartir su cuarto, debe compartir
también el lugar que posee en el afecto y consideración
de su madre. Los naturales sentimientos hostiles que
esta situación supone no aparecen manifestados
en su conducta; pero sí en su juego. El dinero
que roba Cara-de-Papa simboliza lo valioso, es decir,
el afecto. El vientre del chanchito Hamm simboliza el
vientre materno, donde la madre, según las fantasías
infantiles, guarda a los muchos hermanitos potenciales.
También se profieren amenazas para las ovejas
de Betty; otro símbolo de quitarle a la madre
sus hijos. No obstante, el bien triunfa; el alguacil
pondrá al agresor tras las rejas: “Te irás
a la cárcel, amigo. ¡Despídete de
la salsa picante!”.
Así podemos concluir que Andy, dominado por los
celos y el rencor en que lo coloca la llegada, aún
reciente, de Molly, lucha para mantener a raya sus deseos
de hacer desaparecer a su hermanita y a los muchos posibles
hermanitos que su madre, en las fantasías inconcientes
de Andy, aún aloja en su vientre. Identificado
con Woody, el alguacil que encierra a los malos, también
él encarcela tras la represión sus deseos
hostiles. El juego lo ayuda a expresar y descargar sus
deseos agresivos proyectándolos en el juguete
Cara-de-Papa. Una vez satisfechos en la fantasía
del juego, los deseos hostiles son nuevamente encerrados
por el alguacil Woody, en quien Andy proyecta sus deseos
de ser bueno y querido.
Con estos elementos —a los cuales iremos sumando
otros— ya podemos atrevernos a formular una hipótesis:
si la historia de los juguetes (toy story) alude a una
historia con la que juegan los niños —en
este caso Andy—, la historia que nos cuenta la
película trata sobre los celos que experimenta
un niño frente a la llegada de un hermanito.
Este tema latente es encarado desde una metáfora
manifiesta: los celos de un juguete frente a la llegada
de un juguete nuevo. Volvamos al film y veamos qué
encontramos al observarlo desde esta hipótesis.
Como nos enteramos más adelante, los juguetes
poseen una regla que sólo se quebrará
hacia el final de la película: no revelar su
condición de seres animados en presencia de niños
o adultos. Podemos pensar, entonces, que la vida anímica
de los juguetes simboliza el mundo interno del niño;
aquello que está más allá de su
conciencia .
Efectivamente, una vez que Andy se retira con Molly,
los juguetes salen de donde se hallaban guardados, y
rápidamente el cuarto de Andy se llena de una
intensa actividad. Esa intensa actividad, los chistes
y la referencia a Picasso que hace el Señor Cara-de-Papa
son modos de expresar la riqueza de la vida anímica
inconciente de los niños.
El cumpleaños, la amenaza central con la que
se da comienzo a la historia, es un símbolo del
nacimiento; el hecho de que el cumpleaños se
adelante podría simbolizar la vivencia de no
sentirse suficientemente preparado para afrontar la
llegada de un nuevo nacimiento. Como todo niño
que teme perder el amor de los padres y se ve obligado
a disimular sus sentimientos frente a la llegada del
hermanito, Woody le ordena a Slinky “ponte contento”.
“¿Qué tal si Andy recibe otro dinosaurio?
No creo que pueda tolerar ese tipo de rechazo”,
sentencia Rex; “No van a sustituir a nadie”,
afirma Woody.
Antes de proseguir con el tema de la llegada del “intruso”,
destaquemos dos elementos significativos. Betty propone
a Woody deshacerse de sus ovejas para encontrarse solos
en intimidad. Woody, avergonzado, no sabe qué
hacer; se lo ve incómodo, superado por la propuesta.
Es la misma vicisitud del niño pequeño
que por un lado desea a su madre sólo para él,
pero por el otro se siente demasiado pequeño
como para sustituir al padre. En otras palabras, es
la contracara de la vivencia de celos; si los celos
son el deseo de ser único, preferido y exclusivo,
esto alude a la necesidad de un compañero para
compartir.
El otro elemento significativo es que el Señor
Cara-de-Papa, quien por sus comentarios ácidos
e irónicos parecería ser el más
maduro de todos los juguetes, no ve en la llegada de
los juguetes algo negativo. Entusiasmado exclama: “¡Una
Señora Cara-de-Papa! Soñar no cuesta nada”.
Tal vez es uno de los juguetes más antiguos;
recordemos que cuando Molly lo babea, él protesta
alegando que su caja dice “tres años o
más”; de ser así, habría
tenido numerosas oportunidades de elaborar la pérdida
del lugar del preferido. Más maduro, está
mejor dispuesto hacia el sexo opuesto de lo que lo vimos
a Woody.
Ambos elementos parecen apuntar a deshacer el malentendido
de los celos; como si el autor alentara a los niños
como Andy diciéndoles: “¿Para qué
quieres tener a tu madre sólo para ti? No sabrías
qué hacer con ella. Además, ya encontrarás
en tu hermanita una agradable compañera”.
Aquí cabe abrir un interrogante: ¿Por
qué el autor omite sistemáticamente toda
figura paterna? ¿Es una manera de simplificar
la trama, afirmando que, dada la unión entre
la madre y el recién llegado bebé, el
único centro de interés para el niño
es la madre y el bebé competidor? ¿O es
una fantasía optativa, es decir, el deseo de
creer que, una vez eliminado el bebé, la madre
quedará para el niño? Otra posibilidad
interesante es pensar que para el niño la llegada
del hermanito —que evidencia la unión entre
el padre y la madre— es el castigo por su deseo
de sustituir al padre.
Me inclino por la siguiente hipótesis: en los
celos hacia el padre, la expresión de la agresión
está interferida por dos motivos; por el hecho
de que el padre es más fuerte que el niño
y por la necesidad que tiene el niño de identificarse
con el padre. El odio se mezcla con el amor a sí
mismo (autoconservación) y con el amor al padre
(deseo de identificarse con él, para tener, como
él, a la madre).
En los celos hacia el hermanito, en cambio, la agresión,
al no estar interferida por el amor, se desarrolla más
fácilmente; por lo tanto, se vuelve más
peligrosa y difícil de controlar. Lo único
que podría inhibir la agresión hacia el
hermanito es el deseo de ser amado por los padres; pero
ese mismo deseo es, justamente, el que se ve amenazado
por la llegada del rival; por lo tanto, ese deseo es,
más bien, la fuente de la agresión hacia
el rival.
De manera tal que, si queremos representar el drama
de los celos, en su estado puro y en su máxima
dimensión, la situación de la llegada
del hermanito parece más apta que la situación
edípica, en la que los sentimientos hacia el
padre son ambivalentes. En otras palabras, los celos
y la rivalidad son vivencias que surgen primariamente
en la relación fraterna (entre pares); cuando
estos sentimientos se dirigen al padre, implican la
negación, por parte del niño, de las diferencias
entre su padre y él. Desde la rivalidad, el padre
es para el niño un par; como un hermano.
Otra manera de verlo, que no contradice la anterior
sino que la enriquece, es que, para el niño,
la ausencia del padre hace más necesaria la presencia
de un compañero, ya que la madre, como le pasa
a Woody con Betty, es demasiado para él solo.
Así, al aumentar la necesidad de la amistad entre
hermanos, el autor aspira a conseguir un mayor equilibrio
entre el amor y el odio.
Pero volvamos a la línea principal del film;
el momento de la llegada del “hermanito”.
Con el magistral recurso de los soldaditos en alerta
roja que, tapados por los niños, intentan adivinar
qué sucede, el autor nos permite identificarnos
con la curiosidad, la angustia y el desconcierto del
niño al que aún no le han explicado
en qué consiste el ajetreo que supone la llegada
del bebé. Los soldaditos, que representan la
curiosidad del niño por el origen de los bebés,
deben meterse a escondidas en el mundo de los adultos.
La pérdida de la omnipotencia infantil que
supone estas averiguaciones queda simbolizada por
el soldadito herido por la madre y amenazado por la
pelota, símbolo a su vez del embarazo. Así
se simboliza también la vivencia del niño
de haber sido dañado por la madre con la llegada
del hermanito: ella le mintió y lo traicionó.
La llegada del intruso en el film ocurre en medio
del caos y la confusión: los niños entran
en tropel al cuarto de Andy; los juguetes apenas si
tienen tiempo de retomar sus lugares. Woody es arrojado
de su lugar de privilegio en la cama de Andy, y en
su lugar, Andy coloca al juguete nuevo.
De un solo golpe, borrado del centro de la escena,
el niño, como Woody, se encuentra de frente
a los hechos. “Ese error ya ocupó tu
lugar”, sentencia Cara-de-Papa. Woody, con exagerada
cortesía, propone darle la bienvenida a ese
“alguien”, mientras —revelando su
ambivalencia— agita su puño.
Como un niño que en puntas de pie, angustiado
y curioso, se asoma a la cuna del recién llegado,
Woody, asomando la cabeza por sobre la cama de Andy,
ve la figura de Buzz como si fuera un dios. Enorme,
perfecto, poderoso .
En este punto, identificados con el sufrimiento de
Woody, bien podríamos dar rienda suelta a nuestra
sed de venganza y hacer del sustituto un ser malo
y despreciable que sólo en virtud de dudosos
engaños y diabólicas maquinaciones consigue
robar injustamente el amor de Andy. Un rival a quien,
hacia el final de la película, Woody consiguiera
aniquilar, recuperando así el lugar que siempre
le perteneció y nunca debió perder.
¡Justicia! Como debería ser.
Por fortuna, el autor no se propone semejante trivialidad.
Su meta, mucho más elevada, parece dirigirse
a la superación de la rivalidad por medio de
la amistad. Así como una familia se enriquece
con la llegada de un nuevo integrante, también
el film se enriquece con la aparición de un
segundo protagonista. El conflicto dramático
no se establece entre el “bueno” y el
“malo”, sino entre dos “buenos”,
evitando así una esterilizante toma de partido
por parte del espectador.
El tema que habíamos propuesto como contenido
latente del film, la llegada del hermanito, será
explorado tanto desde el punto de vista del niño
desplazado como desde el punto de vista del pequeño
recién llegado. Buzz será quien represente
el punto de vista de este último. Varios elementos
sustentan esta hipótesis.
Las primeras imágenes de Buzz están
sonorizadas con el sonido de la respiración;
esta función —que también implica
un sonido nuevo— es la más reciente adquisición
para el neonato. Buzz, como un recién nacido,
explora el nuevo mundo. Otros símbolos nos
orientan en la misma dirección: la imposibilidad
de comunicarse con el “comando estelar”
simboliza la reciente separación de la madre;
la nave destruida, la placenta perdida, ya inservible;
el despertar del “hipersueño”,
que en lo manifiesto se refiere al período
que Buzz pasó en su caja, en lo latente se
refiere al período fetal; las conjeturas acerca
de si el aire es respirable, otra alusión a
la respiración del neonato; la inestabilidad
del terreno, alude a la insuficiencia neuromuscular
del recién nacido en el nuevo medio .
Habíamos mencionado ya el encuentro entre el
niño y el recién llegado hermanito en
la escena en que Woody se asoma, trepando a la cama
de Andy. Ahora se describe el mismo encuentro desde
el punto de vista del bebé. En un ángulo
del campo visual de Buzz, deformado por la curvatura
del casco , sorpresivamente aparece Woody. Es un hecho
muy común que el niño, asustado en su
primer encuentro con el nuevo hermanito, intente asustarlo
como proyección de su miedo y expresión
de su hostilidad. “¿Te asusté?
Fue sin querer, lo siento”, dice Woody, también
asustado.
Sin embargo, pronto surge un punto en común.
Buzz, “guardián de la galaxia”,
toma al alguacil Woody por el “comisario local”.
Pensamos que esto simboliza que ambos son niños
indefensos que luchan para mantener “encarcelados”
sus instintos agresivos; la más importante
tarea que la adquisición de la cultura impone
a cada niño.
Hay otros símbolos quizás más
sutiles. El primero es la actitud de Buzz; él
de veras cree que es un guardián espacial,
y se muestra superior y hasta cierto punto indiferente
con respecto a los demás juguetes. Pensamos
que esto alude a lo que el psicoanálisis describe
como la omnipotencia narcisista del bebé, sustentada
por los mecanismos de negación y por el pensamiento
mágico . Buzz pregunta a Woody por el combustible
fósil; como todo bebé que respira, su
siguiente interés es la comida.
El otro símbolo gira en torno a si Buzz es
capaz de volar o si simplemente se trata de “caer
con estilo”. Sospecho que la tan común
fantasía infantil de los superhéroes
que vuelan debe aludir al período de la vida
en que el niño es alzado en brazos. Esas famosas
tomas cenitales en que vemos, por ejemplo, a Superman,
despegarse del suelo y ascender dejando atrás
los objetos terrestres, cada vez más pequeños,
deben nacer de percepciones reales. Seguramente nacen
de las percepciones que tiene el bebé cuando
de pronto es alzado del piso por sus padres y ve cómo
disminuyen y se alejan los juguetes con los que hasta
recién jugaba.
Agreguemos, además, que el ser alzado por los
padres simboliza el afecto y la consideración;
beneficio del que goza el recién llegado bebé
para desdicha de su hermano mayor.
La población de juguetes fascinados por Buzz
representa a los adultos que elogian al recién
llegado bebé sin prestar atención a
quien, hasta entonces, había sido “el
niño mimado de la casa”. “En un
par de días todo estará como antes”,
trata de consolarse Woody. La canción nos describe
su tragedia:
“Yo vivía muy bien y con lujos, todo
poseía; no tenía qué desear,
pues todo fue de mi elección. Pero sin avisar,
como bomba, aterriza un intruso. Mi vida tranquila,
de pronto comienza a cambiar (...) El remedio que
me queda es aguantar. Fui temido, y respetado, pero
se acabó. Y perdí el amor de quien he
amado yo”.
Las escenas que siguen muestran cómo el cuarto
de Andy, adornado con motivos y dibujos de vaqueros,
va adquiriendo una decoración con motivos espaciales
acorde con el merchandising de Buzz. Estos cambios
parecen aludir a las vivencias del niño, quien
de pronto se encuentra con que su casa comienza a
transformarse por la llegada del nuevo integrante
de la familia. La habitación del niño
pasa a ser la habitación de los niños,
y el tan ansiado lugar en la cama de los padres, como
sucede en film, queda definitivamente ocupado: Andy
ahora duerme con Buzz, mientras Woody queda relegado
al cajón de los juguetes.
Inmediatamente, la tensión llega al límite;
Andy ha escrito su nombre en el pie de Buzz con tinta
indeleble, hecho que parece significar la depositación
de los ideales de los padres en los hijos. Para colmo,
la escritura es perfecta, no como la de la bota de
Woody hecha por un Andy inexperto. Tal como sucede
en la vida real, el primogénito tiene padres
primerizos; el segundo hijo, en cambio, goza de padres
experimentados.
Woody va a encarar a Buzz decidido a poner las cosas
en su lugar. Buzz, asistido por una multitud de juguetes,
recostado sobre la patineta, repara la nave; otro
juguete le alcanza la cinta adhesiva. Bien mirado,
parecería ser un bebé cómodamente
recostado en el cambiador mientras su madre le cambia
los pañales. “¡Oye lata de sardinas,
no te acerques a Andy! ¡Es mío, y nadie
me lo puede quitar a mí!”, increpa Woody
a Buzz.
La discusión pasa a las manos, y Woody, como
un niño que “sin querer” casi asfixia
a su hermanito, “accidentalmente” abre
el casco de Buzz, quien cree asfixiarse. La agresión
de Woody toma entonces la forma de la burla, tan frecuente
en los hermanos mayores: “¿De veras crees
que eres un guardián del espacio? ¡Mira
un extraterrestre ahí!”
La risa de Woody deja lugar a la risa de Sid, que
se oye a través de la ventana, y Woody cambia
su sonrisa por un gesto de angustia. La agresión
se ha incrementado peligrosamente y el niño
se asusta frente a sus deseos hostiles. Los deseos
de Woody aparecen expresados en las palabras de Sid
luego de volar al soldadito: “Se fue, se acabó,
qué bonito, se convirtió en mil pedazos”.
Viendo el cráter dejado por la explosión,
Buzz dice: “pude haberlo evitado”, y Woody
le responde: “me habría gustado verlo;
tal vez te verías mejor como cráter”.
Como los juguetes le cuentan a Buzz, “Sid no
es un niño feliz; tortura juguetes”.
Sid es un niño vecino, un poco mayor que Andy,
que no sabe jugar con juguetes. Agresivamente, juega
con herramientas y peligrosos explosivos destruyendo
los juguetes. La magnitud de su agresión aparece
representada por su feroz perro Scott, que, como todo
animal, representa en las fantasías del niño
a la vida instintiva, es decir, las pulsiones inconcientes.
Sid, como Andy, también tiene una hermana menor,
Hannah, a quien asusta y martiriza todo el tiempo.
Podemos pensar que Sid y Hannah representan una mala
evolución de la relación de Andy con
Molly. Es decir, un “cómo resultarían
las cosas” si Andy no lograra contener y transformar
sus impulsos agresivos hacia Molly, su reciente competidora.
Betty dice: “Cuanto antes nos mudemos mejor”.
Habíamos supuesto que el motivo de la mudanza
podría radicar en que cada uno de los hermanos
tuviera su propia habitación; por lo tanto,
podríamos pensar que las palabras de Betty
representan las palabras de una madre que sabe que
la convivencia demasiado estrecha entre rivales incrementa
la agresión.
Enfatiza esta línea interpretativa el hecho
de observar que en las siguientes escenas los juegos
de Andy se vuelven más hostiles. Ahora Andy
utiliza a Buzz para castigar a Woody.
La madre de Andy interrumpe su juego para decirle
que van a ir a cenar a Pizza Planeta y que Andy sólo
podrá llevar un juguete. Woody, temiendo no
ser el elegido, con la palidez verdoso-amarillenta
del celoso, maquina su plan para hacer caer a Buzz
detrás del escritorio, de modo que Andy no
lo encuentre. Utilizando a Control, el autito a control
remoto, intenta embestir a Buzz. Como podría
suceder entre niños pequeños, las cosas
se le van de las manos, y, asustado, Woody comprueba
que su agresión ha llegado demasiado lejos
cuando, en el colmo del descontrol, Buzz cae por la
ventana al jardín.
Control, símbolo de la conciencia moral que
controla la agresión, denuncia a Woody. Inmediatamente,
todos los demás juguetes —representantes
de los objetos del mundo interno del niño—
se vuelven en su contra. Todo se interrumpe con la
llegada de Andy, que, al no encontrar a Buzz, de mala
gana, se conforma con llevar a Woody a Pizza Planeta.
Sin embargo, Woody se siente angustiado y preso de
sus sentimientos de culpa. La culpa en el niño
por los deseos hostiles hacia su competidor le impide
disfrutar del amor de los padres.
A partir de aquí, Woody sabe que no podrá
regresar al cuarto de Andy sin Buzz. Es la primera
moraleja del film. Por el camino del odio, no se hallará
el amor. Los sentimientos hostiles despiertan culpa,
y ésta, a su vez, impide el logro del amor.
Como ya dijimos, el odio que nace del deseo de ser
amado es justamente lo que impide el ser amado...
el dramático malentendido de los celos.
Llegamos a la estación de servicio. Andy, Molly
y la madre bajan del auto. Buzz, que había
conseguido subirse al auto desde el jardín
donde había caído, entra por el techo.
Woody, al comprobar la integridad física de
Buzz, se alivia; se ha sacado un peso de encima y
por lo tanto, se alegra de ver a Buzz. Pero también
Buzz es presa de sus deseos hostiles. ¿De dónde
surgen estos deseos hostiles hacia Woody? Como veremos
más adelante, Woody atenta contra la negación
y los deseos omnipotentes de Buzz al insistirle, una
y otra vez, que no es un guardián espacial,
sino sólo un juguete.
Pelean y caen del auto a la noche oscura y desolada.
En la noche del odio, quedan definitivamente perdidos
para el amor. Como dos pequeños hermanitos
solos en la oscuridad de su cuarto, amenazados por
el propio mundo interno cargado de agresión
—representado por el inmenso camión que
casi los aplasta—, deben ayudarse mutuamente.
Ayuda mutua que, como veremos, es por ahora más
conveniencia que sincera amistad.
Buzz, como el bebé más débil,
frente a la angustia de la soledad niega la situación
proyectando el peligro lejos, en la amenaza del Malvado
Zürg a la Galaxia. En su delirio, se dispone
a buscar una nave espacial para regresar a su planeta
y unirse con el comando estelar.
La nave espacial en la que Buzz llegó no es
otra cosa que la caja del juguete que, como dijimos,
simboliza el útero durante la vida fetal (el
“hipersueño”). Siguiendo esta idea,
podríamos pensar que la búsqueda de
una nave espacial, estando perdido en la noche, podría
simbolizar la fantasía de regreso al seno materno
durante el dormir; sin embargo, cuando más
adelante vemos en Pizza Planeta la nave que fascina
a Buzz, la imagen despierta claras asociaciones con
una mamadera. De ser así, el deseo de Buzz,
la nostalgia por el seno materno perdido, encubre
el anhelo por el futuro (la mamadera: su nuevo modo
de alimentación).
Woody, en cambio, como un niño mayor más
potente y por lo tanto, más conectado con la
realidad, está desesperado por reunirse con
Andy, pero sabe que no puede regresar sin Buzz e,
ingeniosamente, encuentra un plan para solucionar
el problema: subirse a la camioneta de reparto de
pizza que los llevará a Pizza Planeta, donde
espera encontrar a Andy.
En la camioneta, Buzz, como la pequeña Molly,
viaja adelante con el cinturón de seguridad.
Woody, como Andy, viaja solo en la parte de atrás
y, sin cinturón, es vapuleado y golpeado por
los objetos que se desplazan en el interior de la
camioneta; como un símbolo del niño
que, solo atrás, a merced de la hostilidad
en la que lo sumen sus propios celos, contempla a
su nuevo hermanito junto a su madre.
Dijimos que el perderse en la estación de servicio,
en la soledad de la noche, parecía representar
el momento en que los padres se retiran y los niños
quedan solos en la oscuridad del dormitorio. El niño
mayor, más fuerte, desea la presencia de la
madre; el bebé, más débil, desea
el regreso al seno materno. Gracias al rebajamiento
en la censura que ocurre durante el dormir, el mundo
interno que se manifiesta en los sueños es
más regresivo. Esto parece estar representado
por el ambiente espacial de Pizza Planeta. El lugar,
como el mundo de las fantasías hepáticas
y fetales, está poblado de bichos asquerosos
que escupen jugos verdes de sus bocas y niños
agresivos que aplastan a martillazos cucarachas y
gusanos gigantes . Obviamente, es el mundo de Sid,
con quien inevitablemente se encontrarán.
La “nave” en la que entra Buzz (una máquina
tragamonedas llena de muñequitos verdes de
tres ojos esperando “nacer por la voluntad de
la Garra”) parece una clara representación
del vientre materno que, como sostiene Melanie Klein,
en las fantasías del niño pequeño,
está lleno de hermanitos (pequeños fetos
verdes).
Así como cuando dormimos, tal como lo planteara
Freud, hacemos una regresión a la vida fetal,
Woody y Buzz, como dos hermanitos pequeños
en la oscuridad del dormitorio, quedan atrapados en
la nave que representa al seno materno. Esta regresión
a lo inconciente, a lo fetal reprimido, implica el
encuentro con las pulsiones agresivas que, durante
el día, el niño intenta mantener a raya.
En otras palabras, la noche se va convirtiendo en
una noche de pesadilla. La pesadilla se incrementa
con la llegada al mundo de Sid y su temible perro
Scott.
Efectivamente, Sid encuentra a Buzz, a Woody y a uno
de los marcianitos verdes de la “nave”
y los lleva a su casa para experimentar nuevos métodos
de tortura. Buzz, otra vez omnipotente, se defiende
con la negación: cree que vuelven a la casa
de Andy. Al llegar, Sid ofrece el muñequito
verde a Scott para que, con sus dientes afilados,
lo destruya; acto seguido, Sid le quita a su hermana
Hannah su muñeca, con la excusa de que está
enferma, y se encierra en su cuarto para cambiarle
la cabeza por la de un monstruo prehistórico. Ambas
escenas apuntan en la misma dirección: la materialización
de las fantasías agresivas hacia la recién
llegada hermanita y hacia los hermanitos que vendrán.
Mientras Sid lleva a cabo la operación de la
muñeca, Buzz explicita sus sospechas: “No
creo que este niño haya ido a la Facultad de
Medicina”; efectivamente, Sid es un niño
que juega con herramientas, pero, presa del elevado
tenor de sus deseos agresivos, es incapaz de reparar.
Todo en su mundo es destrucción.
Los aparatos fijos que tiene en sus dientes parecen
ser un símbolo arcano de esta agresión
mal dominada. El psicoanálisis nos enseña
que la dentición significa para el sujeto un
incremento de sus posibilidades agresivas, con la
consiguiente necesidad de nuevos esfuerzos para dominar
los deseos hostiles. Los aparatos serían entonces,
en términos simbólicos, los tutores
necesarios para el manejo de las nuevas capacidades
de agresión que conlleva la dentición.
Como ya consignamos, el mundo de Sid es terrible.
Su casa, su jardín y su cuarto están
en estado deplorable. Sus juguetes son engendros horribles
creados por la maldad de su ingenio; por ejemplo,
el bebé-araña tuerto. Resulta un notable
hallazgo del autor el hecho de que estos juguetes,
si bien tienen vida propia como los de Andy, no son
capaces de hablar; sólo se comunican por ruidos,
en una suerte de código Morse.
Siguiendo la hipótesis que asumimos, según
la cual la vida anímica de los juguetes representa
el mundo interno del niño, los mudos juguetes
de Sid representan la parte más regresiva de
ese mundo interno; aquella que, profundamente inconciente,
se expresa de una manera menos clara. La comunicación
por ruidos recuerda la comunicación que el
feto establece con su madre, a través de los
latidos cardíacos.
Buzz —en otra referencia a la agresividad oral—
interpreta que los juguetes de Sid son caníbales.
Es interesante; si pensamos que Buzz es un lactante,
su siguiente etapa evolutiva es la oral de masticación,
también llamada oral sádica por el mencionado
incremento de agresión que conlleva la aparición
de los dientes. En esta etapa, el bebé comienza
a comer sólidos, y su destino final es el comer
carne. Así, suena lógico que Buzz interprete
el incremento de agresión como que los juguetes
son caníbales. Otra sentencia de Buzz en el
sentido del incremento de agresión es cuando
dice: “Cambiaré mi láser de golpear,
a matar”.
Como si quisiera enfatizar este significado del incremento
de la agresión, el director nos muestra ahora
a Andy, que, habiendo perdido sus juguetes, ya no
puede jugar . El psicoanálisis de niños
nos ha mostrado que cuando los niños proyectan
sobre sus juguetes objetos internos demasiado dañados
por la agresión, sus juguetes se vuelven demasiado
peligrosos y no pueden continuar jugando con ellos.
Un ejemplo similar, que la mayoría de las madres
podrán corroborar, es el siguiente: un bebé
hambriento llora reclamando el pecho; si sus deseos
no se satisfacen pronto, cuando llega el pecho, el
bebé, en lugar de aceptarlo y calmarse, lo
rechaza más angustiado aun. Sucede que el bebé
ha proyectado todo su odio en el pecho frustrador;
en sus fantasías lo ha atacado y destruido.
Ahora que el pecho llega, él teme la venganza.
Volvamos a la aventura de nuestros protagonistas.
Woody, para resolver sus conflictos de celos que tanto
han avivado su parte más hostil, deberá
hacer un viaje al interior de sí mismo y enfrentarse
con su parte más regresiva; el mundo más
reprimido, lleno de objetos dañados. Como dijimos,
este mundo interno está representado por la
casa de Sid.
Woody deberá elaborar sus sentimientos de culpa
enfrentándose con su conciencia moral, conflicto
simbolizado por la tortura de Sid, que jugando a hacer
confesar al prisionero, agujerea la frente de Woody
con el calor de una lupa. El agujero en el entrecejo
—lugar en el que la mitología ubica al
ojo de la conciencia que todo lo ve—, que Woody
espera que no sea permanente, es otra alusión
al trauma producido por los remordimientos de conciencia.
Buzz intenta quitarse las flechas sopapas; ¿a
qué alude esto?, ¿simboliza acaso el
chupete y, con él, que el destete se acerca?
Ya veremos. Por lo pronto, Buzz hace un nuevo intento
fracasado de comunicación con el comando estelar.
Woody, desesperado, quiere escapar. Los juguetes tratan
de impedir la salida, ya que esta implica una amenaza
mayor: Scott. Escapar es escapar de la elaboración,
y esto reinstalará la amenaza de la agresión
reprimida. Sin embargo, Woody y Buzz malinterpretan
el intento de protección de los juguetes de
Sid. El láser de Buzz no sirve; Woody amenaza
a los juguetes de Sid con el golpe de karate de Buzz;
luego, en su desesperación, lo abandona para
huir, pero es obligado a regresar por la presencia
de Scott. Woody y Buzz se separan para esconderse.
Ahora la película retoma el punto de vista
de Buzz; su necesidad de elaborar.
Hasta ahora Buzz —que, como dijimos, representaba
al hermanito recién llegado— se ha mostrado
como todo bebé: narcisista y omnipotente; recurriendo
a la negación y los pensamientos mágicos
cada vez que tenía que enfrentar un peligro.
Si la omnipotencia del bebé surge como defensa
frente a su impotencia, a su gran desvalimiento, a
medida que el bebé progresa la defensa se hace
menos necesaria. Sin embargo, la pérdida de
esta omnipotencia resulta un suceso traumático
y doloroso.
Veamos cómo el autor nos muestra esta etapa
en la vida de Buzz cuando descubre, en el anuncio
en la televisión, que no es el ser omnipotente
que había creído ser. Es un indefenso
juguete. Un juguete “no volador”. Uno
más, como tantos otros iguales en las interminables
góndolas de la juguetería. Así,
el autor recurre a un logrado símbolo que resume
lo más esencial en el conflicto de los celos:
el sentirse uno más entre muchos otros iguales;
sin nada especial que alimente el narcisismo o que
permita la preferencia por parte del objeto de amor.
Así como el ombligo, que representa nuestro
origen, es, a la vez, la cicatriz de la separación
con la madre, Buzz descubre su “Made in Taiwan”.
La canción expresa los motivos de su melancolía:
“El sueño terminó, y por fin ya
comprendí quién soy y lo que hago aquí
—Eres un juguete, no puedes volar (se intercala,
en la canción, el recuerdo de la voz de Woody)
— no podré navegar nunca más”.
Si, como vimos, el volar representaba el ser alzado
en brazos, no poder volar alude al ser separado de
la madre. Buzz hace un último intento de negación
omnipotente: Trepa la baranda de la escalera y, mirando
por la ventana a un pájaro que vuela, extiende
sus alas y con la sentencia “Al infinito, y
más allá” se arroja al vacío.
El modo en que se muestra su caída remeda al
niño que desde el piso alza los brazos para
que lo alcen; la decepción de su rostro revela
la negativa de los padres. El recién nacido
ya no es la novedad de la casa de la cual todos están
pendientes; ha aprendido a mantener erguida la cabeza,
a sentarse solo y ya no pasa tanto tiempo alzado en
brazos de la madre. De a poco va ocupando su lugar
como uno más de los hijos y estos cambios exigen
ser elaborados.
Buzz retorna al piso herido en el “grandor del
yo”; la pérdida del brazo simboliza,
por un lado, esta herida; por el otro, expresa el
haber perdido los brazos de la madre.
Hannah recoge a Buzz del piso y lo lleva a tomar el
té con sus muñecas. Woody va al encuentro
de Buzz, quien está muy deprimido; el destete
se ha producido, y ahora con el delantal que simboliza
el babero, está sentado a la mesa. “Primero
defiendes toda la galaxia y de pronto estás
tomando una taza de té con María Antonieta
y su hermanita”. De tomar el pecho en el regazo
materno a comer en la mesa la papilla que sirve la
mucama: ¡Todo un duelo!
Con la alusión de Buzz al volar (ser alzado
por los padres), surge en Woody la idea de la ventana:
abrirse al exterior, pedir ayuda. La ventana del cuarto
de Sid se halla enfrente de la ventana del cuarto
de Andy. Woody pide auxilio y arroja una cuerda; pero
los juguetes de Andy son desconfiados y quieren saber
qué pasó con Buzz, principalmente Cara-de-Papa,
que, como el juguete mayor, representa la crítica
superyoica.
Woody pide a Buzz que venga a la ventana a “darle
una mano”; a que los otros vean que está
bien. Pero Buzz está demasiado deprimido para
moverse y, tomando literalmente el pedido de Woody,
le arroja su brazo suelto. Woody hace la parodia de
la amistad con el brazo de Buzz. El truco no da resultado,
y los juguetes de Andy al ver el brazo suelto de Buzz,
horrorizados frente a la mutilación, le niegan
la ayuda. Esto simboliza que todavía los objetos
internos no están suficientemente reparados
(el brazo de Buzz). La amistad entre Woody y Buzz
es fingida, de conveniencia. El amor verdadero, sólo
posible con la integración, aún no aparece.
En este punto se produce entonces un giro interesante
con respecto al significado de la agresión
en el film. Los juguetes buenos de Andy no quieren
tener nada que ver con la agresión (el brazo
mutilado de Buzz, los celos de Woody). La mantienen
tan reprimida que, perseguidos por lo reprimido, se
vuelven seres insensibles y desconfiados. “Ya
vámonos”, dice Cara-de-Papa. “Terminó
la función, ciudadanos, no hay nada que ver
aquí”, sentencia Hamm, y Slinky, como
un símbolo de la represión frente a
los contenidos agresivos, baja la persiana.
Los juguetes malos de Sid, en cambio, desde la aceptación
de su propia imperfección, habiendo realizado
el duelo por los ideales omnipotentes, son solidarios.
En seguida se abocan a la tarea de reparar el brazo
de Buzz. En otras palabras, el rechazo de la agresión
es escisión y, como tal, conduce a la paranoia.
La integración, en cambio, permite, como por
ejemplo en el caso del cirujano, utilizar la agresión
con fines positivos como la reparación.
Woody, que no ha realizado aún su propia integración,
interpreta que los juguetes “caníbales”
atacan a Buzz. Su intento de defenderlo nace en parte
de su amor, pero sobre todo de su temor egoísta
a quedarse solo. Esto se confirma en la escena siguiente
cuando, al llegar Sid con su nuevo cohete, Woody abandona
al deprimido Buzz para esconderse. “Si te dejo,
no me eches la culpa; allá tú”.
Poco a poco se acerca la hora de la verdad; más
tarde o más temprano habrá que enfrentar
los deseos hostiles con el peligro que ello implica:
El Gran Peligro, “The Big One”, como se
llama el cohete de Sid.
Sid se dispone a realizar un nuevo experimento con
su nueva arma letal: “Extremadamente peligroso
— lee Sid en la inscripción del cohete
- Manténgase alejado de los niños”.
Woody traga saliva. Sid busca a su víctima:
“¿dónde está ese muñeco
vaquero cobarde?”. Dado que Woody se ha escondido,
Sid encuentra a Buzz y lo ata al cohete. ¿No
es esto lo que quería Woody desde que Buzz
llegó como un intruso a invadir su vida, hacer
desaparecer a Buzz, verlo estallar como al soldadito
de Sid? Pues, para bien o para mal, sus deseos se
realizarán; Buzz va a ser puesto en órbita.
La tormenta que se desata en ese momento postergando
el lanzamiento simboliza la tormenta emocional; la
ambivalencia frente a los deseos hostiles. La lluvia
nos habla de la necesidad de la integración,
que es tristeza y también llanto.
Llegamos así al clímax de la película,
donde el conflicto llega a su punto máximo
y comienza la resolución. Woody y Buzz deberán
elaborar sus conflictos. Woody ha quedado atrapado
en un canasto sostenido por el peso de la caja de
herramientas; adecuado símbolo de que su pesada
cruz tiene que ver con la reparación. Pero
solo no puede; aunque le cuesta, debe reconocer que
necesita a Buzz, su enemigo.
Buzz está demasiado melancólico, ha
perdido sus ideales omnipotentes: “No soy un
guardián del espacio, soy un juguete insignificante
hecho en Taiwán”. Woody replica: “Ser
juguete es mucho mejor que ser un guardián
del espacio. En esa casa hay un niño que cree
que eres lo máximo, y no es porque eres un
guardián del espacio, sino porque eres un juguete;
su juguete”.
En una lectura psicoanalítica podemos pensar
que lo que el film nos está contando es que
el niño, frente a la pérdida de sus
ideales narcisistas, encuentra consuelo en el vínculo
con los objetos; más precisamente, en los ideales
que los objetos han depositado en él. “Lo
quiero porque es mío”, dice toda madre;
Andy lo quiere por la sencilla razón de que
es suyo; en él ha depositado sus ideales. La
incondicionalidad de este amor no es algo para despreciar.
Como símbolo del cambio, Buzz observa el nombre
de Andy escrito en su bota, que ya habíamos
interpretado como un símbolo de los ideales
que los padres colocan en el niño.
Habíamos visto que, con gran acierto, el autor
resumió lo esencial de los celos en la escena
en que Buzz descubre una góndola entera de
juguetes como él. Esa visión lo coloca
en la melancolía de sentirse insignificante.
Ahora vemos cómo el autor nos muestra la salida
de esa situación: entre todos los Buzz Lightyear
posibles, sólo hay uno en cuya bota está
escrito “Andy”.
Si bien estos ideales son también narcisistas
—el residuo no duelado de su propia omnipotencia
infantil—, constituye un primer paso evolutivo
en el camino que va desde el narcisismo a la libido
objetal. En lugar de amarse a uno mismo, amar en uno
los ideales de los padres.
No obstante esto, Woody, adulando a Buzz, desemboca
en su propia melancolía. “¿Por
qué iba a querer Andy jugar conmigo teniéndote
a ti?”; el veneno de la envidia que comienza
a elaborar aparece simbolizado cuando Woody tira de
la cuerda que lo hace hablar: “Hay una serpiente
en mi bota”.
Todavía queda algo de manía y omnipotencia.
Buzz, proyectando su propia necesidad de ser amado,
dice: “Vamos Comisario, hay un niño en
esa casa que nos necesita”, y comienza a empujar
la caja de herramientas que tiene aprisionado a Woody.
También queda, todavía, algo de agresión:
Buzz arroja la caja de herramientas sobre Woody. El
ruido despierta a Sid, que, viendo que la tormenta
ha pasado, se lleva a Buzz atado al cohete; Woody
intenta seguirlos, pero el perro Scott lo obliga a
quedarse en el cuarto de Sid.
Woody consigue ponerse a salvo manteniendo la puerta
cerrada a la agresión de Scott. Pero estar
a salvo no basta. “Buzz es mi amigo, es el único
que tengo”, dice buscando la ayuda de los juguetes
de Sid. Ahora su afecto, nacido en la necesidad de
reparar, es sincero. Para salvar a Buzz eludiendo
a Scott, necesita la ayuda de los juguetes dañados
de Sid. Es un símbolo de que para elaborar
la culpa por los deseos agresivos es necesario reunir
a todos los objetos internos dañados y repararlos.
Todavía hace falta algo más: “habrá
que romper las reglas; pero si funciona, nos ayudará
a todos”.
Los monstruosos juguetes de Sid ahora aparecen muy
simpáticos y dotados de mucha capacidad. El
ver que los objetos internos dañados no estaban
tan dañados ayuda a enfrentarse con la agresión;
esta agresión aparece simbolizada por el vencido
perro Scott, primero, y por el derrotado Sid, después.
El éxito de la misión, una vez sorteado
el obstáculo de Scott, radica en romper las
reglas. Si la regla de que los juguetes no revelaran
su condición de seres animados en presencia
de seres humanos simbolizaba el mundo interno del
niño, es decir, su inconciente, romper la regla
simbolizará lo contrario: que lo inconciente
aparezca en la conciencia. En otras palabras, la posibilidad
de hacer conciente lo inconciente; o también,
si se quiere, la posibilidad del niño de expresar
frente a los adultos las vicisitudes de su mundo interno.
Otro acierto del autor.
Una vez que los deseos se hacen concientes, es más
fácil controlarlos o desestimarlos. Esto se
revela en las palabras de Woody: “Manos arriba
gusano”, es decir, detener la acción
agresiva. “En este pueblo ya no cabemos los
dos”, símbolo de la integración
donde el amor vence al odio. “Alguien envenenó
el abrevadero”, una referencia proyectiva de
la envidia, germen de la rivalidad. “No nos
gusta que nos vuelen, ni nos aplasten, ni nos destruyan;
a nosotros, tus juguetes.” “Desde ahora
vas a cuidar mucho tus juguetes.” “Los
juguetes podemos ver todo.” “juega bonito,
sid”.
Vemos entonces cómo Sid, derrotado, entra en
pánico. Esto simboliza, por un lado, el control
de la agresión en el mundo interno; Woody,
simbolizando a Andy, es un niño que recupera
la capacidad de jugar gracias al proceso de reparación
de sus objetos internos, dañados y persecutorios.
Por el otro, Sid simboliza la contracara de Andy,
un niño que, sin poder controlar su intensa
agresión, termina en una inhibición
de su capacidad para jugar, ya que sus juguetes, al
simbolizar un mundo interno demasiado dañado,
se transforman en persecutorios y peligrosos.
En la fantasía de Sid, los juguetes cobran
vida y lo persiguen para vengarse. Así termina
martirizado por la misma Hannah, a quien tanto había
martirizado él.
No hay tiempo para festejar la victoria. Woody y Buzz
ya libres deben alcanzar el camión de la mudanza
en el que parten los demás juguetes de Andy.
Pero mientras corren tratando de subirse al camión,
vuelve a aparecer Scott. Esto parece simbolizar que
la reconciliación alcanzada, suficiente en
la soledad, es todavía insuficiente frente
a la presencia de los padres; en presencia de éstos,
los celos y la rivalidad amenazan con renacer.
Obviamente este conflicto será mayor en el
hermano que ha sido destronado; así nos lo
muestra el film: Woody ve a Buzz ya sobre el camión
—otra vez alzado en brazos de la madre—
y siente renacer sus celos; siente que esta vez no
podrá con¬tra ellos y está dispuesto
a soltarse del camión. En otras palabras, entregarse
a Scott, representante de los deseos agresivos; o
si se quiere, alejarse ofendido a rumiar su dolor.
Buzz, menos expuesto a los celos, cede el lugar de
privilegio a su hermano mayor y va en su ayuda saltando
sobre Scott.
En un símbolo de que la misma agresión
puede ser utilizada para el amor, Woody, para rescatar
a Buzz, busca al autito Control; el mismo que utilizara
antes para deshacerse de su rival. Con la ayuda de
Control, Woody logra rescatar a Buzz de Scott, que,
por fin, en un accidente de tránsito, quedará
cercado por los cuatro costados; un símbolo
de los diques morales que se instauran en la infancia
y permiten el “control” de la agresión.
A partir de ahora, el amor entre el niño y
su recién llegado hermanito se hace posible.
Sin embargo, los juguetes de Andy, demasiado buenos,
son también demasiado temerosos de la agresión;
demasiado “superyoicos”. Por eso, cuando
Woody arroja del camión a Control para que
rescate a Buzz, los juguetes interpretan que Woody
ha regresado a vengarse y que ha hecho con Control
lo mismo que había hecho antes con Buzz: deshacerse
de él. Enojados, arrojan a Woody del camión;
ojo por ojo, diente por diente. Simboliza esta disociación
Cara-de-Papa, quien con la boca suelta, desperdigadas
las piezas de su cara, sentencia: “Arrójenlo”.
Control, que, con Buzz encima y dirigido por Woody,
venía siguiendo al camión, recoge a
Woody. Los tres siguen al camión de la mudanza.
Lenny, el pequeño largavista con patas, los
ve acercarse. Demasiado tarde, descubren el malentendido.
Al darse cuenta del error, Rex, el dinosaurio, dice:
“Mi complejo de culpa”.
Las baterías de Control empiezan a agotarse.
Slinky, el perro resorte, se arroja intentando sostenerlos,
pero la velocidad del camión supera la fuerza
de Slinky y debe soltarlos . Las baterías se
agotan, y Woody, Buzz y Control quedan detenidos en
medio de la calle mientras el camión se aleja.
Intentando primero con el fósforo que dejara
Sid en la cartuchera de Woody, y luego con el efecto
lupa del casco de Buzz, finalmente consiguen encender
el cohete que aún lleva Buzz amarrado a su
espalda. A gran velocidad, salen despedidos en dirección
al camión. Tal es la velocidad que comienzan
a elevarse del piso, Woody suelta a Control que va
a parar al camión, y Buzz y Woody comienzan
a ascender.
El cohete, el fósforo y el efecto lupa, recuerdos
de lo vivido con Sid, serán los elementos que
les permitirán alcanzar su objetivo. Representan
la buena utilización de la agresión
al servicio del amor, la vida y la superación
de las dificultades. Una excesiva represión
de la agresión aleja de la culpa, pero conduce
a la impotencia, como cuando el auto que pasa apaga
el fósforo.
Pero la agresión que, como el cohete, impulsa,
también explota. Surge la incertidumbre: una
vez puesta en marcha la agresión, ¿se
podrá controlar? Pero los niños no están
solos; para eso están los padres que alzando
al niño lo protegen. Esta situación
aparece simbolizada en el film por las alas de Buzz,
que ponen un corte a la cinta adhesiva que lo tiene
fijado al cohete; a “la agresión que
explota”.
El cohete explota y Buzz y Woody descienden planeando
con las alas de Buzz. Woody admirado dice a Buzz:
“Estás volando” y Buzz responde:
“Es caer con estilo”. El volar juntos
simboliza el ser queridos por igual; por eso es ahora
Woody quien dice “Al infinito y más allá”.
En su planeo, pasan de largo el camión de la
mudanza en dirección al auto donde viaja Andy;
consiguen entrar por la abertura del techo. Andy,
deprimido, viajando solo en la parte trasera, excluido
de la relación de su madre con Molly , por
fin se reencuentra con sus seres queridos, Woody y
Buzz que han superado sus diferencias. En otras palabras,
atemperados los celos, Andy puede volver a jugar con
sus juguetes.
Pero esta estabilidad alcanzada por la elaboración,
¿será suficiente? Veamos cómo
termina la película. La escena siguiente, el
epílogo del film, representa otro nacimiento;
esta vez bajo el símbolo de la Navidad. Tanto
la Navidad como el cumpleaños representan para
los juguetes una amenaza similar: la llegada de nuevos
juguetes. La nieve representa el enfriamiento de las
pasiones. Andy, refiriéndose a los regalos
en el arbolito, dice: “¿Cuál puedo
abrir primero?”, a lo que su madre responde
“Deja que Molly abra uno”.
Los soldados otra vez están al acecho. Los
juguetes, esta vez, están ansiosos como al
comienzo del film, pero no angustiados. Rex quiere
un come-hojas para ser el depredador dominante; es
decir, para ser el hermano mayor, carnívoro,
frente a un bebé lactante. Finalmente, aparece
la famosa Señora Cara-de-Papa, tan deseada
desde el comienzo. Woody, besuqueado por Betty, nos
asegura que el amor de la madre por su primogénito
no ha mermado.
Sin embargo, Buzz sí parece preocupado —sobre
todo luego de ver a Woody tan besuqueado por Betty—.
A su debido tiempo tendrá que elaborar sus
sentimientos de celos y exclusión como lo hiciera
Woody, su “hermano mayor”. Woody lo consuela:
“Buzz, Buzz Lightyear, ¿no estarás
preocupado?” Buzz niega una y otra vez: “No,
no, no, no... ¿y tú?”. Woody sonriendo,
cariñosamente, dice: “Oh, vamos, ¿qué
podría recibir Andy que fuera peor que tú?”.
La cara de seguridad de ambos cambia repentinamente
cuando se enteran de la llegada del perrito. Es símbolo
de que la lucha por el control de la agresión
a través de la integración aún
no ha terminado. Como consuelo, el autor nos deja
saber que el nuevo cachorrito ha recibido el nombre
de Kiss, que significa en inglés “beso”.
De esta manera, como mensaje final del film, el autor
vuelve a enfatizar la necesaria mezcla de la agresión
con el amor.
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