Toy Story 2 es la continuación o segunda
parte del film Toy Story; se trata de una nueva historia
donde los personajes centrales son los mismos que
los del film anterior y, por lo tanto, llevan en su
pasado las vicisitudes vividas en aquella primera
historia. Si bien este film no requiere del espectador,
haber visto la pri-mera parte —ya que narra
una historia completa, independiente en sí
misma, con un principio y un final propios—,
es indudable que la historia que vemos aquí
se enriquece con aquella otra, narrada en el film
anterior. Resulta, entonces, in-teresante preguntarnos
si algo similar ocurrirá con la trama inconciente
que surja de nuestro análisis; es decir, en
qué medida y de qué modo, la trama que
iremos descubriendo se podría relacionar —y
enriquecer— con aquella otra que descu-brimos
al analizar Toy Story (Chiozza, G., 2006 [2000c]).
En el film anterior, la historia se iniciaba con
la llegada al cuarto de Andy de un nuevo juguete,
Buzz Lightyear, y la trama del film mostraba cómo
la relación de celos y rivalidad que surgía
inicialmente entre Buzz y Woody —el juguete
“hasta entonces” preferido de Andy—,
se iba transformando en la fiel amistad que ve-mos
en Toy Story 2. Si bien, a primera vista, la historia
de Toy Story 2, centrada en el secuestro de Woody
por el coleccionista durante el viaje de Andy al cam-pamento,
no parece tener mucha relación con aquella
primera historia, resulta interesante destacar que
ambas historias parten de un conflicto semejante.
En Toy Story el conflicto que daba inicio a la historia,
era el festejo de cumplea-ños de Andy; este
acontecimiento representaba, para los juguetes, la
amenaza de de ser sustituidos en el lugar de preferencia
del Andy por los juguetes nue-vos. En una de sus primeras
escenas, Ham —el chanchito alcancía—,
viendo lle-gar a los invitados con sus regalos, decía:
“Sí señor, muchos de nosotros
acaba-remos en la basura”. En Toy Story 2, aunque
la historia se inicia con un conflicto distinto, el
desenlace temido es el mismo: acabar en la basura,
como lo muestra la pesadilla de Woody. El motivo puede
ser el crecimiento del niño como sucede con
Jessie, o la rotura del juguete como sucede con Woody
o Wheezy —el pin-güino silbador—.
De modo que el tema central, en ambas historias,
es el temor a la pérdida del amor de Andy;
en el primer film, el causante de esta amenaza es
el juguete nue-vo y rival y, por lo tanto, los celos
son el sentimiento predominante de Woody, nuestro
protagonista. Es esta segunda historia, podríamos
decir que aquello que amenaza a Woody, sea como desgaste
propio o crecimiento ajeno, es el paso del tiempo.
Establecido este nexo entre ambas historias, buscaremos
establecer un nexo semejante en la trama inconciente
que vayamos interpretando; para poder hacerlo, iniciaremos
nuestro trabajo partiendo de la misma premisa que
utiliza-mos en el análisis de Toy Story, a
saber: que los acontecimientos que los jugue-tes viven
en el transcurso del film aluden simbólicamente
a las vicisitudes a las que se ve expuesto el niño
que juega con esos juguetes. De modo tal que Woo-dy
representará a Andy, y su compañero
de aventuras Buzz será el hermanito menor.
Para elementos comunes a ambas películas utilizaremos
las mismas in-terpretaciones que hiciéramos
en ocasión del análisis de Toy Story
y que reseña-remos oportunamente. Comencemos
entonces nuestro análisis.
Cuando por primera vez vi este film, el comienzo
me decepcionó; yo deseaba volver a ver a los
graciosos y falibles personajes de la primera película
en sus modestas vicisitudes en el cuarto de Andy y
no a un poderoso Buzz, luchando contra el Malvado
Zürg en un alejado planeta del Sector 4 del cuadrante
Gamma. Quien seguramente compartirá conmigo
esta decepción es el Viejo Capataz; el detesta
los temas espaciales ya que el furor que ocasionó
la noticia del Sputnik canceló la serie de
El Rodeo de Woody en televisión. Sea como fuere,
el comien-zo del film parece una parodia a películas
como La guerra de las galaxias y 2001 Odisea espacial.
Para nuestra sorpresa, Zürg liquida a Buzz y
la pantalla anuncia game over. Aliviados descubrimos
que se trata de Rex —el tiranosaurio—,
jugan-do con un videojuego de Andy. Dado que Rex,
de carácter miedoso e inseguro, carece de la
necesaria agresión, el intento de vencer a
Zürg resulta fallido. Pero este tema, preanunciado
aquí, se retomará más adelante
en el film con un mejor desenlace.
La siguiente secuencia del film se ocupa de tres
contenidos; comencemos por el segundo dado que posee
una importancia menor: es el tema de Buster, el pe-queño
cachorro que le regalaran a Andy las pasadas Navidades,
al final de Toy Story. Los animales, como interpretamos
en aquella oportunidad, representan lo más
inconciente del niño, sus pulsiones más
salvajes y agresivas. En el análisis de Toy
Story, interpretamos la aparición del cachorrito
hacia el final de la película como un símbolo
de que, pese a haber superado los celos y la rivalidad
entre hermanos, la lucha para mantener a raya los
impulsos hostiles debía continuar. Este contenido
en Toy Story 2, nos informa que lo que antes era motivo
de an-gustia ya no lo es; efectivamente, la amenaza
de Buster, es sólo un juego cari-ñoso.
El primero de los tres contenidos de la secuencia
mencionada es que Woody está muy nervioso porque
en pocos minutos partirá de campamento con
Andy y no puede encontrar su sombrero . El sombrero
protege y adorna la cabeza que es un símbolo
de la inteligencia y la capacidad; Woody, torpemente
se golpea la ca-beza y cae de la cómoda. El
golpe en la cabeza y la caída son símbolos
de la ton-tería y el fracaso. Pensamos que
el temor de Woody por la inminente partida al campamento,
representa el temor del niño pequeño
que, más crecido, comienza a desarrollar actividades
fuera de casa, lejos de la presencia de los padres.
Fren-te a la expectativa de pasar todo un fin de semana,
noche incluida, fuera de ca-sa, pensamos que es muy
probable que el niño sienta temor de no sentirse
lo suficientemente capaz y preparado para afrontar
esa experiencia; este senti-miento de incompletitud
e indefensión aparece representado en Woody
que no puede ir si le falta su sombrero. Como él
dice, sin su sombrero decepcionaría a Andy.
Woody se tranquiliza parcialmente cuando Betty le
hace recordar el amor de An-dy a través de
la inscripción que el niño hizo en su
bota con tinta indeleble. En el análisis de
Toy Story, interpretamos la inscripción en
la bota como los ideales narcisistas que los padres
depositan en el niño y vemos que tanto en aquel
film como en este, funciona al modo de un “talismán”
tranquilizador cuando el jugue-te se siente inseguro
de ser querido por su dueño.
Andy pregunta a Woody “¿estás
listo para ir de campamento?”; en ese momento
su madre le dice: “Andy deprisa; sólo
tienes cinco minutos”. Andy utiliza esos cinco
minutos para desarrollar un último juego antes
de partir. Podemos suponer que Andy se encuentra en
un momento de la vida en el que, empujado por su crecimiento,
debe dejar atrás el mundo infantil de sus primeros
años; pasa más tiempo en la escuela
y menos tiempo en su casa; comienza el aprendizaje
esco-lar y tiene menos tiempo para jugar; juega más
con otros niños y menos con ju-guetes; más
con juegos de mesa o deportes reglados que con muñecos
en un despliegue libre de la fantasía. Estos
cambios son experimentados con entusias-mo y expectativa,
pero también con temor y ansiedad. En su fuero
interno, se pregunta si será capaz de afrontar
exitosamente esos cambios; si está lo sufi-cientemente
preparado. Por otra parte teme abandonar su vida infantil
y no po-der luego, volver a ella. Alejarse de casa
y perder su lugar de niño mimado en el amor
de los padres. Esto aparece representado cuando Woody
pregunta a Buster tres veces, y como parte del juego,
“¿Quién va a extrañarme
estos días?”. Esos “cinco minutos”
que le quedan a Andy antes de partir al campamento
son, en-tonces, un símbolo de que aún
hay tiempo para jugar… pero no mucho.
Justamente en el momento en que el juego de Andy
está terminando, y ponien-do un trágico
final al mismo, aparece el tercer contenido de toda
esta primera secuencia del film: la rotura del brazo
de Woody. En el juego Woody rescata a Betty del Dr.
Tocino, representado por Ham; recibe las gracias de
Betty y el título de héroe, pero quien
de veras vence a al captor es Buzz. Andy, entrelazando
los brazos de ambos muñecos dice: “Nadie
se mete con el dúo invencible” pero al
separar ambos muñecos, el brazo se Woody se
desgarra en la costura del hom-bro. Este daño
hace que Andy, apenado, decida no llevarlo al campamento.
Su madre, intentando aliviar la decepción de
Andy, le dice: “debes entender que los juguetes
no son para siempre”. Woody es abandonado en
el último estante de la biblioteca, lejos del
alcance del niño.
La articulación del hombro —análoga
al ala de los pájaros—, necesaria para
tre-par y alcanzar las cosas elevadas, es un símbolo
del crecimiento y las adquisicio-nes elevadas como
la cultura y la trascendencia. El brazo inutilizado
de Woody, representa su dificultad para esas adquisiciones
y para poder subir un escalón en la escalera
de la vida, separándose y dejando atrás
la etapa anterior. Esta dificul-tad simbolizada en
su brazo incapacitado por la rotura, en un sentido
más pro-fundo, también representa el
daño experimentado en su autoestima; un senti-miento
de culpa por no estar “a la altura” de
las circunstancias. Aunque pueda resultar paradójico,
esta vivencia estar dañado, de sentirse insuficiente
para avanzar a la siguiente etapa, termina inhibiendo
la posibilidad del niño de jugar y desplegar
libremente sus fantasías. Es esto último
lo que se representa con los juguetes rotos, alejados
del niño, en lo más alto de la biblioteca,
símbolo de esa adquisición cultural
inalcanzable. Como más adelante veremos, este
símbolo re-tornará a través de
la idea de los juguetes en su caja, lejos del contacto
con el niño y también, aunque de una
manera idealizada, con la idea de los juguetes impolutos
en las vitrinas del museo en Japón. Pero no
nos adelantemos; volva-mos al film.
En su vergonzosa reclusión, alejado de los
demás juguetes, Woody tiene su pe-sadilla.
En ella, primero aparece una fantasía de deseo:
Andy regresa de cam-pamento y enseguida busca su juguete
preferido para volver a jugar; pero ense-guida se
reinstala el elemento traumático que todo sueño
intenta elaborar: Andy redescubre la rotura de Woody
y lo arroja a la basura porque no lo quiere volver
a ver nunca más. Es una larga y oscura caída
en la que Woody pasa de lo más alto a lo más
bajo. Woody se despierta sobresaltado y descubre a
Wheezy, da-ñado y arrumbado como él
en el último estante de la biblioteca. Descubre
tam-bién que la madre ha engañado al
Andy, ya que mintió cuando le dijo que iba
a reparar su rechinador.
Es habitual que el niño desconfíe y
tema que, en su ausencia, la madre tire sus juguetes.
Es un símbolo del temor del niño a abandonar
prematuramente la eta-pa de juegos y luego no poder
volver a ella, en caso de necesitarlo. Es una fan-tasía
del niño proyectada de manera paranoica en
la madre; pero también es una actitud muy común
en los padres; sin el ánimo de hacer una condena
moral, digamos las cosas como son: más de una
vez actuamos como la mamá de Andy cuando, temiendo
que nuestro hijo no pueda desprenderse de su chupete,
de su osito o de sus queridos juguetes rotos, optamos
por forzar, mediante la mentira y el engaño,
lo que tememos no lograr con una actitud más
transparente.
Wheezy le dice a Woody, lo mismo que la madre le
había dicho a Andy: que no tiene sentido prolongar
lo inevitable y que hay muy poca la distancia entre
el úl-timo estante de la biblioteca y la “venta
de jardín”. De lo más alto a lo
más bajo; escalar la biblioteca de la cultura
es sinónimo de desprenderse de todos los ju-guetes.
Con la noticia de la venta de jardín, que la
madre inicia aprovechando la ausencia de Andy, todos
los juguetes entran en acción.
Frente a la alterativa entre juego infantil versus
crecimiento cultural, Woody to-ma partido a favor
del juego, en contra del inevitable paso del tiempo.
Por un momento vuelve a ser el héroe en el
intento de rescatar a Wheezy. Los otros ju-guetes
interpretan, al comienzo, que Woody, melancólico
por su herida narcisis-ta, intenta suicidarse al meterse
en la caja de artículos por 25 centavos. Aunque
pronto descubren sus intenciones de rescate, a juzgar
por sus resultados, su ac-cionar lo convierte en mártir.
Efectivamente, es justamente su brazo dañado
lo que le juega una mala pasada, y de ejecutor del
rescate, rápidamente pasa a ser la víctima
del secuestro. Como en la pesadilla, fantasías
de deseo y vivencias traumáticas se alternan.
La niña que lo descubre feliz y lo quiere comprar,
expre-sa el deseo “si Andy ya no me quiere,
otros niños me querrán”; pero
el aspecto traumático vuelve a presentarse
cuando la madre de la niña lo arroja con des-precio:
“no hija, no. Ese muñeco, no. Está
roto”.
En el punto de mayor descenso de la autoestima de
Woody, cuando la amargura de su impotencia y el veneno
de su frustración se expresan en la sentencia
“Hay una serpiente en mi bota”, aparece
la fantasía de deseo que pondrá en marcha
el argumento del film: de ser un abandonado juguete
roto Woody pasa a ser descubierto por Al —el
coleccionista— como una mercancía invaluable;
un ejem-plar único e inhallable. Sombrero incluido.
“Rostro pintado a mano, chaleco teñi-do
con pigmentos naturales. Hum, está roto; tiene
remedio. Oh, si tan solo tuvie-ras en esa cabeza de
plástico un… ¡Oh!, ¡sombrero!.
Lo encontré; aquí está, aquí
está.”
Pertenece, incluso, a esta fantasía optativa,
el mismo hecho de que la madre de Andy diga que no
está a la venta ni por 50 dólares. Esta
fantasía, lo llevará a Woody muy alto;
mucho más de lo que podría llevarlo
su inútil brazo roto: Al pi-so 23 del edificio
de Al donde no se admiten niños; a las vitrinas,
al la fama, al avión y por poco al museo en
Japón. En otras palabras: si el paso del tiempo
es inevitable, si ya no se puede volver a jugar, el
único recurso posible es idealizar ese crecimiento;
imaginar que el crecimiento nos dará una nueva
identidad, hermosa, ideal, omnipotente; y que por
lo tanto vale la pena abandonar una identidad infantil
dañada, fallida e impotente como el brazo de
Woody, a cambio de una identidad perfecta que nos
hará únicos e invaluables.
Pero hagamos un alto aquí, y recordemos que
Toy Story, era un film con dos protagonistas; Woody,
representante de Andy, el hermano mayor y Buzz, como
el recién llegado hermanito. Toy Story 2 también
nos ofrece el punto de vista del hermano menor, aquel
que sin comprender los motivos, queda solo en casa
pre-guntándose a dónde fue su hermano;
o mejor, ¿quién se lo llevó?
Como vimos en Toy Story, Buzz, más indefenso
que el hermano mayor, frente a una realidad que no
dominaba, se defendía con omnipotencia. Su
visión del mundo estaba teñida por fantasías
de deseo en las que él era un héroe
y no un juguete del destino; un verdadero guardián
del espacio. En el transcurso del primer film, ter-mina
aceptando que no es un guardián del espacio
sino un juguete que tiene un dueño que lo quiere;
pero aún, frente a las dificultades, continúa
comportándose como si lo fuera. Con esa misma
actitud, Buzz encabeza un grupo en misión de
rescate: “A la juguetería y más
allá”. A partir de aquí, el film
desarrolla ambas acciones en paralelo.
Mientras
tanto, Woody queda solo en el departamento de Al.
En una escena que remeda lo sucedido en el cuarto
de Sid, frente a los siniestros juguetes que luego
resultaron ser simpáticos camaradas, Woody,
temeroso, descubre a Tiro-al-Blanco, a Jessie y al
Viejo Capataz, quienes, en su primera impresión,
le parecen un grupo de desquiciados. El Viejo Capataz,
con voz de sabiduría, le habla de ser el hijo
pródigo regresado y Woody se sorprende de que
conozcan su nombre. “¿No tienes idea
de quién eres, cierto?” le dice el Capataz;
“¿No lo sabías? —dice Jessie—
Eres mercancía invaluable”. Woody arrobado,
descubre la colección completa del merchandising
de “El Rodeo de Woody”, con una expresión
de asombro y sorpresa semejante a la de un niño
que mira por primera vez los úti-les que llevará
el primer día de escuela. Lo antiguo de estos
objetos y lo rudi-mentario de la serie de TV, hacen
que su arrobo narcisista resulte aun más paté-tico.
Pero la serie fue cancelada, dado que con el advenimiento
de la era espacial los niños sólo querían
jugar con naves espaciales. Woody, recordando las
vicisi-tudes de la llegada de Buzz al cuarto de Andy,
dice: “Sé lo que se siente”. El
hecho de que el haber caído en el olvido aparezca
como una injusticia reafirma más el grandor
de su yo.
Pero sabemos que, aunque el niño se entusiasme
con tener sus útiles, su valija y su uniforme,
esto no significa que le guste la idea de ir a la
escuela, Woody vuel-ve a poner los pies sobre la tierra
cuando el Capataz menciona el museo en Ja-pón.
“No, no, no, no, no; yo no quiero ir a Japón.
Tengo que volver con mi due-ño, Andy”
y les muestra la inscripción en su bota. Jessie
se espanta al saber que Woody todavía tiene
dueño y se angustia frente a la idea de tener
que volver a la caja. El Capataz comienza a mover
los hilos y toca los puntos álgidos del nar-cisismo
herido de Woody; primero le explica cuánto
lo necesitan y cómo ellos dependen de él
“Al museo no le interesa la colección
si tú no estás, Woody. Sin ti volveremos
a la caja”. Por el otro lado, mina los sentimientos
de Woody hacia Andy: “¿Qué hacías
en una venta de jardín si tienes un dueño?
¿Fue por estar dañado? ¿El tal
Andy lo hizo?”; “Se nota que te quiere
tanto”, agrega irónica-mente Jessie.
Woody replica que así no fueron las cosas y
que no irá a ningún museo, pero el germen
de la desconfianza ha sido inoculado y eso no hace
más que agrandar la herida que siente. Como
símbolo de esto último, en la sigiente
escena, pierde su brazo completo al posar para la
fotografía que Al quiere enviar al coleccionista
de Japón. Al retirarse Al, Jessie le da el
tiro de gracia: “Apuesto que su amado Andy jugará
con mucho gusto con ese manco llorón”.
“Oh Jessie —agrega el capataz— él
no duraría ni una hora en esas condiciones.
Es arriesga-do salir a las calles para un juguete.”
Como un toque de humor, y para disminuir el efecto
angustiante que va adquiriendo la trama —recordemos
que es una pelí-cula para niños—
vemos unas escenas más adelante el efecto contrario
a esta sentencia: los tremendos estragos causados
en la ciudad cuando Buzz y sus ami-gos cruzan la calle
en dirección a la juguetería de Al.
Luego de que la noche anterior el misterioso encendido
de la televisión frustrara el intento de escape
de Woody, por la mañana, llega el anciano que
repara ju-guetes. Se trata de una escena conmovedora.
El sillón, el babero que le colocan, el anciano
con la luz en los anteojos, el punto de vista de Woody
con el hisopo acercándose a su ojo, son elementos
que parecen remedar, en la visión del niño,
a una visita al dentista. Justamente, la época
de la vida que estamos retratando, época que
comienza con el inicio de la escolaridad y el paulatino
alejamiento del hogar materno, es también la
época de la segunda dentición.
Pero el anciano no sólo se limita a reparar
el brazo descosido; sobre todo se ocupa de borrar
todas las huellas del paso de Andy en la vida de Woody.
Incluso la marca en su bota escrita con tinta indeleble
es tapada por una delicada capa de pintura. Como el
“barniz cultural” con el cual la educación
tapa los aspectos más infantiles e incivilizados
del niño. El niño ruidoso y desaliñado,
de pelo re-vuelto y rodillas sucias, va dejando paso
al obediente escolar de uniforme pulcro, bien peinado,
prolijo en sus tareas, que es capaz de permanecer
sentado y calla-do.
“No es para que lo toquen —sentencia
el anciano—; si lo tocan demasiado no durará”.
De a poco Woody se va transformando en un ser ideal,
de vitrina, aleja-do de los afectos que lo unían
a Andy. Como un Apolo, posa en las fotos que toma
Al con todos los elementos de la colección
de El Rodeo de Woody. Si bien, una vez que Al se ausenta,
Woody retoma sus planes de fuga, se lo ve ambiva-lente.
Jessie le cuenta que también ella tuvo una
dueña y sabe muy bien lo que es el ser amado
por un niño: “Cuando Andy juega contigo,
aunque tú no te muevas te sientes con vida
porque él te ve vivo”. Pero la experiencia
de Jessie le muestra a Woody que el paso del tiempo
es inevitable; los niños crecen y aban-donan
sus juguetes. “Nunca olvidas a niños
como Emily o Andy; pero ellos a ti sí.”
Las escenas que acompañan a la canción
de Jessie describen muy logradamente esa etapa de
grandes cambios en la vida del niño; cambios
que se inician con la escolaridad del niño
y que, paulatinamente, a través de la pubertad,
lo depositan a las puertas de la adolescencia. “¿Cuánto
tiempo durará, Woody? —agrega el Capataz—.
¿Crees que Andy te llevará a sus citas
o a su luna de miel? Andy está creciendo y
tú no puedes evitarlo. Tú eliges Woody:
o volver, o seguirnos y ser algo por siempre. Ser
adorado por los niños por muchas generaciones.”
Woody, lleno de ambivalencia, observa el oscuro túnel
de la ventilación por donde piensa escapar
del edificio; como si viera un negro y oscuro futuro,
semejante a su pe-sadilla. “¿Qué
me pasa? No puedo separar esta gran banda”,
concluye Woody y decide quedarse.
Está todo tan bien descripto que, en este
punto, el espectador —sobre todo si aún
no vio lo que sigue— también se siente
ambivalente; ¿qué debería hacer
Woody?, ¿volver con Andy o quedarse con sus
nuevos amigos? Y si planteamos el mismo interrogante
en el sentido simbólico que hemos interpretado,
¿tiene sentido aferrarse a lo infantil rechazando
los cambios que impone el crecimien-to?, ¿acaso
la adquisición cultural es sólo una
pérdida? Por supuesto que no; pe-ro no nos
adelantemos y veamos cómo los autores, manifiesta
o implícitamente, tratan este tema tan complejo.
Pero ahora es tiempo de ocuparnos de Buzz. Así
como Woody, frente a la pérdi-da del brazo,
inicia una regresión narcisista que, enamorándolo
de su propia grandiosidad, lo aleja aún más
de Andy, lo propio sucede con Buzz. Repasemos las
acciones. En la juguetería los juguetes se
dividen para encontrar a Woody; mientras que Rex se
distrae con la revista que le promete ayudarlo a vencer
a Zürg en el videojuego, y Cara-de-Papa y Ham
conocen a las Barbies, Buzz, en soledad, recorre las
distintas góndolas hasta que, de pronto, se
encuentra con una inmensa sección enteramente
destinada a Buzz Lightyear.
En el análisis de Toy Story, vimos que en
el momento en que Buzz —en un anuncio de televisión—,
ve esa misma góndola llena de muñecos
iguales a él, descubre que no es un ser único,
que no es el guardián del espacio que creía
ser, con el destino de la Galaxia sobre sus espaldas,
sino solamente un juguete; uno más como tantos
otros indiferenciables entre sí. Que no puede
volar, hecho que interpretamos como no poder alcanzar
el amor de la madre. Esto significa para él
una profunda herida narcisista que lo sume en una
intensa depresión de la que sólo puede
salir al ver el nombre de “Andy” grabado
en su bota. Como di-jimos, esto es un símbolo
de los ideales que los padres depositan en el niño;
ideales que le permiten superar su propia impotencia
y su inermidad. En otras palabras, la vivencia de
ser alguien especial para el objeto de amor es lo
único capaz de mitigar los celos de sentirse
uno más, indiferenciado del conjunto.
Volviendo ahora a Toy Story 2, podemos preguntarnos
qué representa esta nue-va aparición
de la góndola de la juguetería en la
trama que venimos desarrollan-do. Podemos pensar que
frente a la partida del hermano mayor, el hermano
me-nor, solo en casa, vuelve a sentirse pequeño
e insignificante. Así lo vemos a Buzz, pequeñísimo,
caminando junto a esa góndola interminable.
El hermanito menor se siente lejos de las experiencias
interesantes que vive su hermano ma-yor con sus nuevos
amigos, con sus nuevos útiles escolares, con
sus nuevas y desconocidas actividades fuera de casa,
con el aprendizaje de nuevas destrezas. El pequeño
ve que la madre pasa más tiempo con su hermano,
ayudándolo con sus tareas escolares, y siente
que, de pronto, el hermano recupera el centro de la
escena, mientras él, siente que su lugar ha
sido relegado y opacado.
Ahora
es él quien se siente envidioso y celoso de
su hermano mayor que posee todas esas cosas para él
inalcanzables. Así se siente Buzz cuando quiere
apode-rarse del cinturón multifunción
que le permitirá, entre otras cosas, volar
vencien-do la gravedad. Esta inversión de los
roles aparece claramente representada si comparamos
ambas películas. En Toy Story, Woody descubría
a Buzz al treparse a la cama de Andy; la toma nos
mostraba la cabecita de Woody asomando a los pies
de un inmenso Buzz, para mostrar cómo Woody
veía a su rival: como un Dios inalcanzable,
enorme, perfecto y poderoso. El Toy Story 2 los autores
repi-ten la misma toma cuando Buzz ve al Buzz Lightyear
de la vitrina dotado de su cinturón multifunción;
el mismo preciso encuadre para representar los mismos
sentimientos de rivalidad, celos y envidia.
Lo que sucede a continuación resulta muy interesante.
Así como el niño necesita reprimir las
vivencias traumáticas y disociarse de todo
aquello que le muestre su indefensión, en el
film la figura de Buzz se disocia en dos personajes.
Como si Buzz, regresión mediante, volviera
ser el mismo de antes de su integración. El
Segundo Buzz, casi psicótico, creyéndose
un guardián del espacio, encarcela al insurrecto
Buzz más integrado que intenta deshacer su
fantasía omnipotente de ser un guardián
del espacio y convencerlo de su verdadera condición
de juguete no-volador. La integración, que
implica tomar conciencia de ser sólo uno más
en-tre tantos iguales, queda negada tras la represión
del mismo modo que Buzz, diciendo “nooo”,
queda encerrado en la caja en medio de la inmensa
góndola. Notemos con cuánto acierto,
creyendo que el Segundo Buzz es su amigo de siempre
y, por lo tanto, sorprendido por su extraño
comportamiento, más ade-lante Ham dirá:
“Creo que ver a sus parientes lo afectó”.
Mientras tanto los juguetes, junto al Segundo Buzz,
descubren a Al y con él, el paradero de Woody.
Buzz logra salir de la caja pero queda encerrado en
la ju-guetería. Resulta interesante que su
estrategia para salir de la juguetería, utili-zando
las cajas de los juguetes en oferta, es lo que libera
al Malvado Zürg. Po-demos pensar que, si la integración
que le había permitido mitigar los celos que-da
reprimida, entonces los celos se reinstalan y con
ellos, el complejo de Edipo con la consecuente figura
del padre malo perseguidor. Es interesante notar que,
en lo que sigue del film, este perseguidor sólo
tendrá efecto para el Segundo Buzz, es decir,
el Buzz disociado y omnipotente en su regresión
narcisista; el mismo que más adelante dirá:
“Soy Buzz Lightyear, siempre estoy seguro”.
Con una análoga regresión narcisista
a la de Buzz, en el departamento de Al, Woody baila
y festeja con sus amigos entusiasmado con la expectativa
del viajar a Japón. Si Buzz se cree un verdadero
guardián espacial, Woody no se queda atrás
cuando se cree “El Comisario Woody; el vaquero
más grande, valiente y guapo de toda la historia”;
él mismo, imitando la voz del público,
se autoprocla-ma “nuestro ÚNICO…
HÉROE”. Vemos que el tema de ser único,
tan presente en Toy Story, sigue vigente aquí
también.
Jessie hace cosquillas a Woody y los juguetes de
Andy que han llegado hasta el túnel de la ventilación
interpretan las risas y los gritos de Woody como que
lo están torturando. Lo mismo que sucediera
en la habitación de Sid, cuando Woo-dy interpreta
que los juguetes caníbales quieren devorar
a Buzz. Violentamente, los juguetes de Andy irrumpen
en la escena y la pelea y la confusión recién
se aclaran cuando aparece el verdadero Buzz, enseñando,
como muestra de su in-tegración con la realidad,
la inscripción en la bota con tinta indeleble.
En presen-cia del hermano mayor, la disociación
de Buzz ya no parece necesaria y, como dijimos, con
la integración desaparecen los celos. La ausencia
de celos se pone de manifiesto cuando Buzz le dice
a su contraparte disociada que Woody es “el
sujeto importante”; “Su Majestad”.
Pero Woody aún no se integra. No quiere volver
al cuarto de Andy y explica los motivos: “Casualmente
hay muy pocos vaqueros como yo. Tenía un rodeo
en televisión y yo era la estrella. Mírenme,
mírenme, soy yo” dice encendiendo la
televisión. Ham sentencia: “Se le va
a subir la fama”, pero Woody continúa
incó-lume: “Buzz, yo era todo un fenómeno,
y tenía tanta mercancía con mi nombre,
lo hubieras visto, un tocadiscos y un yo-yo, Buzz.
Yo era un yo-yo”. Pero sus amigos no se conmueven,
entonces Woody ensaya otra línea argumental:
“No puedo abandonarlos aquí, soy la llave
de entrada al museo, sin mí volverán
a una caja para siempre”. Lo cual, más
bien, parece representar lo contrario, es decir, el
temor de Woody de terminar él en una caja si
no va al museo.
Buzz intenta que su amigo abandone la regresión
narcisista con los mismos ar-gumentos con los cuales
Woody lo convenció a él en Toy Story:
“Woody, no eres coleccionable, te usan sólo
para jugar. Un ¡JU-GUE-TE!”. Woody replica
con el motivo de su temor: “Pero dime hasta
cuándo. Si me rompo Andy se deshace de mí.
¿Qué hago entonces, eh? Tu dime”.
Buzz le contesta con un argumento muy profundo: “Un
juguete me enseño que, antes que nada, la vida
no tiene sentido si no eres amado por un niño;
estoy aquí para rescatar a ese juguete pues
creo en sus palabras”; en otros términos,
¿de qué sirve renunciar al amor del
objeto por temor a perder ese mismo amor al que se
está renunciando?
Pero Woody aún se halla lejos de comprender;
“no hay a quién rescatar”, con-testa,
por lo que los juguetes deciden irse. Woody le repite
a Buzz que compren-da que para él es una oportunidad
única, pero Buzz no se deja impresionar: “¿De
hacer qué, Woody? ¿Que los niños
te vean y que nadie te vuelva a amar jamás?
Vaya vida”. Efectivamente, es el mismo tipo
de vida torturada que ha tenido el Viejo Capataz inmóvil
en su caja; una vida que, nunca mejor dicho, “no
es vida”.
Ahora entendemos mejor qué es lo quieren transmitir
los autores del film; no se trata de aferrase a la
vida infantil negando, inútilmente, un crecimiento
y unos cambios que de todas formas se producirán;
no. Se trata de otro conflicto: se trata de reprimir
la vida infantil, con sus afectos, apurando los cambios
por te-mor a que el crecimiento, con las dificultades
que supone atravesar, nos devuel-va una imagen débil
de nosotros mismos. Esa imagen fallida representa,
por un lado, la pérdida de omnipotencia narcisista;
por el otro, el temor de decepcionar al objeto con
la consiguiente pérdida de su amor.
El psicoanálisis nos enseña que la
falta de una buena solución del complejo de
Edipo, empuja al niño a lo que llamamos “período
de latencia”; una etapa en la cual, la angustia
de castración lleva a reprimir la actividad
lúdica. El niño se abo-ca a las tareas
intelectuales con un gran rebajamiento de las pulsiones
ocasiona-do por la represión de las mociones
sexuales del complejo de Edipo. Pese al ali-vio transitorio
de los conflictos, esta represión —mayor
o menor, según los ca-sos—, terminará
cobrándose su precio al inicio de la pubertad
con el refuerzo de las pulsiones sexuales al acercarse
a la adolescencia. Es frecuente que esta evo-lución
se dé de manera muy conflictiva y tormentosa.
Así vemos a muchos pre-adolescentes que, luchando
con las dificultades de un crecimiento que les resulta
extraño, desmesurado y tortuoso, se sienten
abandonados por no poder cumplir con las expectativas
de sus padres. Un día descubren que han perdido
las deli-cadas facciones de la infancia; la nariz
les crece antes que la cara, y los nuevos dientes
parecen pensados para otra boca; se llenan de granos
y no consiguen coordinar los movimientos ni acomodar
la ropa en un esqueleto que siente dos talles más
grande. Esto por hablar sólo de los cambios
corporales.
Inadaptados consigo mismo, intentan contrarrestar
el sentimiento de abandono adoptando una actitud de
alejamiento del hogar. Confundidos por no poder en-contrar
su lugar en casa ni como niños ni como adultos,
creen que es entre sus pares donde encontrarán
una identidad que los satisfaga; y así forman
pandillas en las que el lugar de amistad, predominan
los vínculos de poder, de rivalidad, de sometimiento
y de burlas crueles al más débil.
Se trata de un crecimiento incompleto y fallido que
en el film aparece bien repre-sentado en la figura
de Al. El crecimiento incompleto se revela en su falta
de al-tura; la impotencia, en su obesidad. En ciertos
aspectos sigue siendo infantil, como la comida que
come, el disfraz que usa o su trabajo con juguetes;
su am-bición inescrupulosa y pusilánime
por el dinero revela su falta de trascendencia, es
decir, su incompletitud como sujeto adulto. Por su
falta de aseo personal y por su misma fisonomía
y hábito corporal, podemos emparentarlo con
el Viejo Capataz, a quien también llaman el
Oloroso Pete; al fin y al cabo ambos persona-jes del
film son los que impiden que Woody regrese con Andy.
En nuestra inter-pretación, invertiríamos
los términos: Woody, por temor al abandono
y por temor de no poder colmar las expectativas de
Andy, se aleja de él y lo rechaza, conde-nándose,
de este modo, a un crecimiento narcisista, fallido
e incompleto.
Sin embargo, mientras Buzz y los juguetes se alejan,
el video prendido llega a la canción que habla
de “la fiel amistad que el tiempo no borrará”;
Woody recuerda a Andy y raspa la pintura que cubría
la inscripción en su bota que, indeleble co-mo
el amor de una madre, sigue allí presente.
“¿Qué me pasa?”, se pregunta
por segunda vez en el film; es la pregunta que se
hace el niño que ve cambiar su cuerpo con el
crecimiento. Por fin, viendo la inscripción
en su bota, Woody entra en razón y propone
que todos vayan a la casa de Andy. “Sí
Capataz, sé que no impediré que Andy
crezca, pero quiero verlo cuando lo haga”; en
otras palabras, vivir el crecimiento con los ojos
abiertos; sin represión o negación.
La propuesta de ir con Woody entusiasma a Jessie
y a Tiro-al-Blanco; “para eso estamos aquí;
para hacer feliz a un niño”. Se trata
del mismo argumento que sostiene Freud cuando dice
que la meta de todo deseo no es otra cosa que el sucedáneo
de la satisfacción de un deseo infantil inconciente.
Por este motivo, explica Freud a título de
ejemplo, el dinero, carente de valor en la infancia,
ja-más consigue, por sí solo, la felicidad
del adulto.
Pero la idea de ir todos a la casa de Andy no satisface
al Capataz quien, enfermo de exclusión, envidia
y abandono, es incapaz de valorar otra forma de amor
que no sea la idealización que espera obtener
como pieza de colección. Por eso se sale de
su empaque, cierra la rejilla de la ventilación
y revela toda su hostilidad y amargura: “Yo
te diré lo que es injusto: pasar toda la vida
en una repisa de li-quidación viendo cómo
se venden todos los otros. Al final mi espera ha termina-do
y ningún altanero y tonto vaquero echará
a perder todo lo que he logrado”. Así
el Capataz desenmascara sus sentimientos, en los cuales
Woody a quien has-ta ahora había tratado como
“el hijo pródigo”, es objeto de
la misma envidia, ce-los y desprecio que manifiesta
hacia los juguetes espaciales; dice: “Ese tonto
Buzz yogurt light no hará nada por ti”.
Es el desprecio que siente hacia quienes, desde su
punto de vista, ostentan el protagonismo que él
siempre anheló para sí.
Finalmente Al se lleva a Woody al aeropuerto. Supusimos
que lo que había dis-ociado a Buzz era haberse
separado de Woody, y que se integraba al reunirse
con él. Dado que vuelven a separarse, en el
film, vuelve a tener protagonismo el Segundo Buzz.
Cuando los juguetes, por el túnel de la ventilación,
van a alcanzar al ascensor donde Al desciende con
Woody, aparece el Malvado Zürg impidiéndo-les
el paso. “Otra vez frente a frente, Buzz Lightyear;
por última vez”, dice Zürg; es hora
de resolver, de una buena vez, este conflicto que
los tiene enfrentados.
Mientras los juguetes se abocan al rescate de Woody,
el Segundo Buzz lucha con Zürg; el único
que, como espectador, participa de estas acciones
es Rex. Cara de Papa y Ham, con sus comentarios irónicos
y su interés por las Barbies, son los juguetes
más “adultos”; como supusimos en
el análisis de Toy Story, son los más
antiguos. Slinky —el perro resorte— tiene
un papel un poco más infantil, de alumno aplicado
y obediente. De todo el grupo, Rex parece el más
neurótico y conflictuado. Se siente siempre
temeroso e inseguro; con conflictos para des-arrollar
la agresión que, según le parece, debería
ser muy intensa dada su condi-ción de depredador.
El temor al daño, representante de la castración,
le impide alcanzar esa identidad adulta y más
agresiva que, según lo muestra el Complejo
de Edipo, es equiparada en lo inconciente con un triunfo,
agresivo y persecuto-rio, sobre el padre. Por eso
Rex está tan interesado, desde el comienzo
del film, en vencer a Zürg.
En la pelea en el ascensor Zürg derrota al Segundo
Buzz y le pide que se rinda y reconozca que lo ha
vencido; no desea matarlo sino que el Segundo Buzz
reco-nozca su autoridad. El Segundo Buzz, se niega
a rendirse afirmando que Zürg ha matado a su
padre. Pero Zürg, en una parodia a la Guerra
de las Galaxias, le di-ce “No, yo soy tu padre”;
a lo que el Segundo Buzz, con una expresión
de inten-so dolor anímico, responde “Nooo”,
mientras la toma nos muestra su descenso en el ascensor.
Este descenso simboliza la integración de la
imagen del padre, hasta ahora disociada; por un lado
el padre idealizado ausente y por el otro el malvado
padre presente. En el análisis de Toy Story
nos interrogamos sobre la ausencia de toda figura
paterna; pues aquí está el padre que
habíamos buscado; disociado y reprimido, y
figurado como el Malvado Zürg, “enemigo
jurado de la Alianza Galáctica”.
Zürg decide matar al Segundo Buzz y Rex, impresionable
frente a la agresión, incapaz de mirar escenas
violentas, al darse vuelta, con su cola empuja Zürg
por el hueco del ascensor. “Lo hice, derroté
a Zürg”, dice sorprendido. El Segundo Buzz,
en cambio, viendo un padre menos poderoso, y por lo
tanto menos perse-cutorio, lamenta su pérdida.
El profundo descenso de Zürg en la oscuridad
del hueco del ascensor parece simbolizar las metáfora
de Freud, cuando afirma que, lo que no puede resolverse
del complejo de Edipo, se “sepulta” en
lo profundo del alma humana; o en otra expresión,
“se va a su fundamento” en lo profundo
de lo inconciente. Desde allí permanecerá
como disposición, que se actualiza, por ejemplo,
en situaciones de competitividad, como el deporte.
Por este motivo, cuando todos los juguetes parten
en dirección al aeropuerto, el Segundo Buzz
se queda jugando a la pelota con su “papi”.
Las frases cariñosas, muestran que la agresión
se ha atemperado y limitado al ámbito del juego.
Esta escena por un lado simboliza una mejor solución
del conflicto edípico; por el otro, que una
par-te de Buzz —justamente la más infantil
y disociada—, permanecerá ligada al complejo
de Edipo reprimido.
Pero retomemos la secuencia del rescate de Woody.
En el aeropuerto, los jugue-tes, ocultos en la jaula
para animales, deben encontrar la maleta en la que
se halla Woody, pero al atravesar la puerta de equipajes,
vemos un mundo infinito y complejo con miles de maletas.
Así como con Buzz llegamos a lo más
profun-do, al sepultamiento del complejo de Edipo
en lo más inconciente, también con Woody
deberemos llegar hasta lo más inconciente,
e iluminar, como con las lu-ces del flash, las representaciones
adecuadas para resolver el conflicto.
Reseñemos las acciones del film: Buzz encuentra
a Woody pero el Capataz lo de-rriba de un golpe. Woody
sale en su defensa; luchan y el Capataz lo hiere en
su hombro, como al principio del film. Con las luces
del flash los juguetes le impiden al Capataz ocasionar
más daño a Woody y, capturado el malhechor,
ya inofensi-vo, es metido en el equipaje de una niña,
para que “aprenda lo que es la vida”.
Analicemos esta secuencia: el Capataz, representa
la parte de Woody que, aún temiendo el abandono
se resiste al amor; por eso es el Capataz quien vuelve
a descoser el hombro de Woody. Pero esa parte de Woody,
temerosa del daño que pueda ocasionar a su
imagen narcisista el vivir la vida, experimentando
los afec-tos, terminará en manos de una alegre
y creativa niñita.
Ya reunida la banda y rescatado Woody, sólo
queda rescatar a Jessie. Es la opor-tunidad de Woody
de ser el héroe que veía en la serie
de televisión; por eso la música que
acompaña la secuencia es la misma que la de
la serie y su actitud y sus palabras son muy semejantes.
Como toda buena segunda parte, Toy Story 2 repite
secuencias del primer film; Woody trepa al furgón
de las valijas, como an-tes lo hiciera con el camión
de la mudanza, y al rescate de Jessie, salta los vago-nes
como el cañón que salta en la serie
de televisión; Buzz queda con Tiro-al-Blanco,
como antes quedara con el autito Control.
La buena narrativa, exige que para que el protagonista
se convierta en héroe, los obstáculos
y las dificultades deben ser de intensidad máxima;
de modo que Jes-sie y Woody quedan atrapados en el
avión que inicia su carreteo hacia la pista
de despegue. En el intento de escapar del avión
Woody pierde su sombrero y au-menta la rajadura su
brazo; es decir, los dos elementos con los que se
inició esta entretenida historia. En otras
palabras, deberá enfrentar el riesgo al daño
del que ha estado defendiéndose desde el comienzo
del film; averiguar si está a la altura de
las circunstancias. ¿Podrá Woody convertirse
en héroe?, como él mis-mo dice, tendrán
que averiguarlo puesto que la serie se canceló
antes del final y nadie sabe si Woody sobrevivió
al salto en el cañón o si pudo salvar
a sus ami-gos atrapados en la mina.
Pero Woody no está solo a la hora de enfrentar
las dificultades; tiene en su fiel compañero
Buzz un valeroso escudero. Por eso Buzz, aparece en
el momento oportuno atrapando el sombrero que Woody
pierde, con la frase: “Sin sombrero no hay vaquero”.
Al final todo sale bien y sobreviven al peligroso
salto del avión. “Lo hiciste Woody. Ese
fue el mejor final para el Rodeo de Woody”,
sentencia Jessie y Buzz le entrega a Woody su sombrero.
El avión que pasa sobre sus ca-bezas los baja
de la manía del triunfo y les recuerda el miedo
sufrido, su inde-fensión y que están
solos y que es hora de volver a casa. Un buen final
para el sueño narcisista de ser el héroe,
pero ya es hora de volver.
Por la noche, Andy regresa a casa lleno de alegría.
Feliz de haber superado la dura prueba del campamento
y feliz también, de volver a su cuarto y a
sus ju-guetes. De tener, un tiempo más, la
oportunidad de volver a ser un niño peque-ño
y jugar desplegando libremente todas sus fantasía;
al amparo del hogar, en el mundo que le es familiar
y con la presencia protectora de la madre en casa.
Los juguetes nuevos y el cartel de bienvenida le reaseguran
que, en su larga ausen-cia, no ha sido olvidado ni
ha perdido su lugar en el afecto familiar. El niño
co-mienza a tener dos mundos distintos y separados;
el conocido mundo de su cuarto en el ámbito
familiar y el nuevo mundo de la escuela y los compañeros,
fuera de casa. Como nos enseña el psicoanálisis,
el niño sólo se anima a salir del seno
matero y explorar ese mundo nuevo —representante
del padre—, si se siente seguro de poder volver
a la madre todas las veces que lo necesite.
Superada con éxito la dura prueba del campamento
que refuerza las costuras de la confianza en sí
mismo, Andy cose el brazo de Woody; aunque no tan
perfec-tamente como lo había hecho el anciano.
La reparación que hacía el anciano,
como vimos, buscaba borrar toda huella de lo vivido;
la imperfecta reparación de Andy representa
lo contrario; que todo lo vivido y superado deja su
huella del mismo modo que toda herida que se cura
deja, como recuerdo, una cicatriz.
El final feliz incluye varios aspectos: Jessie y
Tiro-al-Blanco, han sido bautizados con tinta indeleble
y otra vez son parte de una familia; Rex ha superado
alguno de sus miedos y dice con respecto al videojuego:
“No necesito jugar, eso ya lo viví”.
El juego es una etapa transitoria que prepara para
la vida; una vez supera-das las dificultades en el
mundo real, ya no es necesario, elaborarlas mediante
el juego y la fantasía. Esto señala
el camino para lograr la mejor manera de finali-zar
la etapa infantil. También Wheezy aparece reparado
y, superada la descon-fianza hacia la madre, desea
cantar la canción del la fiel amistad.
Como un símbolo de que el crecimiento progresa
sin grandes tropiezos, Woody ve por la ventana cómo
Molly —la hermanita de Andy— da sus primeros
pasos. Buzz viéndolo pensativo le pregunta
si se arrepiente de haber vuelto; Woody dice que no;
que será divertido hasta que Andy crezca; y
que cuando eso suceda siempre lo tendrá a Buzz
haciéndole compañía; “hasta
el infinito y más allá”. Re-presenta
que los lazos afectivos forjados en la infancia, que
implican el compartir las duras pruebas a las que
nos expone el crecimiento, son los vínculos
más per-durables. En ese punto se intercala
la letra de la canción: “Ya lo verás,
no termi-nará, pues yo soy tu amigo fiel”.
© 608.175
Gustavo Chiozza.
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